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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Madame Bovary

—¡Vamos, hombre!, ¡como si no tuviera otra

cosa que hacer! Ten paciencia, vuelve más tarde.

Y entró precipitadamente en la farmacia.

Tenía que escribir dos cartas, preparar una

poción calmante para Bovary, inventar una mentira

que pudiese ocultar el envenenamiento y preparar

un artículo para El Fanal, sin contar las personas

que le esperaban para recibir noticias; y, cuando los

yonvillenses escucharon el relato del arsénico que

había tomado por azúcar, al hacer una crema de

vainilla, Homais volvió de nuevo a casa de Bovary.

Lo encontró solo (el señor Canivet acababa de

marcharse), sentado en el sillón, cerca de la ventana

y contemplando con una mirada idiota los adoquines

de la calle.

—Ahora —dijo el farmacéutico— usted mismo

tendría que fijar la hora de la ceremonia.

—¿Por qué?, ¿qué ceremonia?

Después con voz balbuciente y asustada:

—¡Oh!, no, ¿verdad?, no, quiero conservarla.

Homais, para disimular, tomó una jarra del

aparador para regar los geranios.

—¡Ah!, gracias —dijo Carlos—, ¡qué bueno es

usted!

Y no acabó su frase, abrumado por el aluvión

de recuerdos que este gesto del farmacéutico le evocaba.

Entonces, para distraerle, Homais creyó conveniente

hablar un poco de horticultura; las plantas

necesitaban humedad. Car los bajó la cabeza en señal

de aprobación.

—Además, ahora van a volver los días buenos.

—¡Ah! —dijo Bovary.

El boticario, agotadas sus ideas, se puso a separar

suavemente los visillos de la vidriera.

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