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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Madame Bovary

poseerla. Por otra parte, su timidez se había gastado

al contacto con compañías alocadas y volvía a

provincias, despreciando todo lo que no pisaba con

un pie charolado el asfalto del bulevar. Al lado de

una parisina con encajes, en el salón de algún doctor

ilustre, personaje condecorado y con coheche, el

pobre pasante, sin duda, hubiese temblado como un

niño; pero aquí, en Rouen, en el puerto, ante la mujer

de aquel medicucho, se sentía cómodo, seguro

por anticipado de deslumbrarla. El aplomo depende

de los ambientes en que uno está; no se habla en el

entresuelo como en el cuarto piso, y la mujer rica

parece tener a su alrededor, para guardar su virtud,

todos sus billetes de banco como una coraza en el

forro de su corsé.

Al dejar la víspera por la noche al señor y a

la señora Bovary, León los había seguido de lejos

en la calle; después, habiéndolos visto pararse en la

«Croix Rouge», dio media vuelta y pasó toda la noche

meditando un plan.

Al día siguiente, a las cinco, entró en la cocina

de la posada, con un nudo en la garganta, las

mejillas pálidas, y con esa resolución de los cobardes

a los que nada detiene.

—El señor no está —respondió un criado.

Esto le pareció de buen augurio. Subió.

Ella no se alteró a primera vista; al contrario,

se disculpó por haberse olvidado de decirle dónde se

alojaban.

—¡Oh!, lo he adivinado —replicó León.

—¿Cómo?

Él pretendió haber sido guiado hacia ella al

azar, por un instinto. Ella empezó a sonreír, y pronto,

para reparar aquella tontería, León contó que se

había pasado la mañana buscando por todos los ho-

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