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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Madame Bovary

rítmicas de los mil pies que bailaban. Después, el

olor del ponche con el humo de los cigarros la mareó.

Se desmayó; la llevaron junto a la ventana. Comenzaba

a apuntar el día, y una gran mancha de

color púrpura se ensanchaba en el cielo pálido por

la parte de Santa Catalina. El río, lívido, se agitaba

con el viento; no había nadie en los puentes; las farolas

se apagaban.

Emma se reanimó entretanto, y llegó a pensar

en Berta, que dormía allá, en la habitación de su

criada. Pero pasó una carreta llena de largas cintas

de hierro, haciendo contra la pared de las casas una

vibración metálica ensordecedora. Emma se esquivó

bruscamente, se desprendió de su traje, dijo a León

que tenía que volver a casa, y por fin quedó sola en

el «Hôtel de Boulogne». Todo, incluso ella misma, le

era insoportable. Habría querido, escapándose como

un pájaro, ir a rejuvenecerse a algún lugar, muy lejos,

en los espacios inmaculados.

Salió, atravesó el bulevar, la plaza Cauchoise

y el suburbio, hasta una calle descubierta que

dominaba unos jardines. Caminaba deprisa, el aire

libre la calmaba; y poco a poco las caras de la muchedumbre,

las caretas, las contradanzas, las lámparas,

la cena, aquellas mujeres, todo desaparecía

como brumas arrebatadas por el viento. Después,

volviendo a la «Croix Rouge», se echó en su cama, en

la pequeña habitación del segundo, donde colgaban

las estampas de la Tour de Nesle. A las cuatro de la

tarde la despertó Hivert.

Al entrar en su casa, Felicidad le enseñó detrás

del reloj un papel gris.

Emma leyó:

«En virtud de traslado, en forma ejecutoria de

una... sentencia...»

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