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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Capítulo II

y ahora refunfuñaba con aire paternal, al tiempo

que se abanicaba con su bonete griego:

—No es que desapruebe totalmente la obra.

El autor era médico. Hay en e11a algunos aspectos

científicos que no está mal que un hombre los conozca,

y me atrevería a decir que es preciso que los

conozca. Pero ¡más adelante, más adelante! Aguarda

al menos a que tú mismo seas un hombre y a que

tu carácter esté formado.

Al oír el aldabonazo de Emma, Carlos, que la

esperaba, se adelantó con los brazos abiertos y le

dijo con voz llorosa:

—¡Ah!, ¡mi querida amiga!

Entretanto ella respondió:

—Sí, ya sé..., ya sé...

Le enseñó la carta en la que su madre contaba

la noticia, sin ninguna hipocresía sentimental.

Únicamente sentía que su marido no hubiese

recibido los auxilios de la religión, habiendo muerto

en Doudeville, en la calle, a la puerta de un café,

después de una comida patriótica con antiguos oficiales.

Emma le devolvió la carta; luego, en la cena,

por quedar bien, fingió alguna repugnancia. Pero

como él la animaba, decidió ponerse a cenar, mientras

que Carlos, frente a ella, permanecía inmóvil,

en una actitud de tristeza. De vez en cuando, levantando

la cabeza, le dirigía una mirada prolongada,

toda llena de angustia. Una vez suspiró.

—¡Hubiera querido volver a verle!

Ella se callaba. Por fin, comprendiendo que

había que romper el silencio:

—¿Qué edad tenía tu padre?

—¡Cincuenta y ocho años!

—¡Ah!

Y no dijo nada más.

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