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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Madame Bovary

La niña tendía los brazos hacia su madre

para colgarse a su cuello. Pero, volviendo la cabeza,

Emma dijo con una voz entrecortada:

—No, no... ¡nadie!

Y volvió a desvanecerse. La llevaron a su

cama.

Allí seguía tendida, con la boca abierta, los

párpados cerrados, las palmas de las manos extendidas,

inmóvil, y blanca como una estatua de cera.

De sus ojos salían dos amagos de lágrimas que corrían

lentamente hacia la almohada.

Carlos permanecía en el fondo de la alcoba,

y el farmacéutico, a su lado, guardaba ese silencio

meditativo que conviene tener en las ocasiones serias

de la vida.

—Tranquilícese —le dijo dándole con el codo—

, creo que el paroxismo ha pasado.

—Sí, ahora descansa un poco —respondió

Carlos, que miraba cómo dormía—. ¡Pobre mujer!...

¡Pobre mujer!, ha recaído.

Entonces Homais preguntó cómo había sobrevenido

este accidente. Carlos respondió que le había

dado de repente, mientras comía unos albaricoques.

—¡Qué raro! —replicó el farmacéutico—. Pero

es posible que los albaricoques fuesen la causa de

este síncope ¡Hay naturalezas tan sensibles frente

a ciertos olores!, a incluso sería un buen tema de

estudio, tanto en el plano patológico como en el fisiológico.

Los sacerdotes conocían su importancia,

ellos que siempre han mezclado aromas a sus ceremonias.

Es para entorpecer el entendimiento y provocar

éxtasis, cosa por otro lado fácil de obtener en

las personas del sexo débil, que son más delicadas.

Se habla de quienes se desmayan al olor del cuero

quemado, del pan tierno... —¡Cuidado, que no se

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