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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Capítulo VII

las afueras del pueblo, por el sendero a orilla del

agua.

Llegó toda sofocada ante la verja del notario;

el cielo estaba oscuro y caía un poco de nieve.

Al ruido de la campanilla, Teodoro, en chaleco

rojo, apareció en la escalinata; vino a abrirle casi

familiarmente, como a una conocida, y la hizo pasar

al comedor.

Una amplia estufa de porcelana crepitaba bajo

un cactus que llenaba la hornacina, y en marcos de

madera negra, colgados de la pared empapelada de

color roble, estaban la Esmeralda de Steuben con la

Putiphar de Shopin. La mesa servida, dos calientaplatos

de plata, el pomo de cristal de las puertas, el

suelo y los muebles, todo relucía con una limpieza

meticulosa, inglesa; los cristales estaban adornados

en cada esquina con vidrios de color.

—Este sí que es un comedor —pensaba

Emma—, como el que me haría falta a mí.

Entró el notario, apretando con el brazo izquierdo

contra su cuerpo la bata de casa con palmas

bordadas, mientras que con la otra se quitaba y

ponía rápidamente un birrete de terciopelo marrón,

caído con presunción sobre e1 lado derecho por donde

salían las puntas de tres mechones rubios que,

recogidos en el occipucio, contorneaban su cabeza

calva. Después de ofrecerle asiento, se sentó a almorzar,

pidiéndole muchas disculpas por la descortesía.

—Señor—empezó Emma—, yo quisiera pedirle...

—¿Qué, señora? Dígame.

Emma comenzó a exponerle su situación.

El señor Guillaumin la conocía, pues estaba

en relación con el comerciante de telas, en

cuya casa encontraba siempre capitales para los

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