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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Madame Bovary

perseguir fines útiles, contribuyendo así al bien de

cada uno, fruto del respeto a las leyes y la práctica

de los deberes...»

—¡Y dale! —dijo Rodolfo—, siempre los deberes.

Estoy harto de esas palabras. Son un montón

de zopencos con chaleco de franela y de beatas de

estufa y rosario que continuamente nos cantan a

los oídos: «¡El deber!, ¡el deber!» ¡Qué diablos!, el deber,

es sentir lo que es grande, amar lo que es bello,

y no aceptar todos los convencionalismos de la sociedad,

con las ignominias que ella nos impone.

—Sin embargo..., sin embargo —objetaba

Madame Bovary.

—¡Pues no! ¿Por qué predicar contra las pasiones?

¿No son la única cosa hermosa que hay sobre

la tierra, la fuente del heroísmo, del entusiasmo,

de la poesía, de la música, de las artes, en fin, de

todo?

—Pero es preciso —dijo Emma— seguir un

poco la opinión del mundo y obedecer su moral.

—¡Ah!, es que hay dos —replicó él—. La pequeña,

la convencional, la de los hombres, la que

varía sin cesar y que chilla tan fuerte, se agita abajo

a ras de tierra, como ese hato de imbéciles que usted

ve. Pero la otra, la eterna, está alrededor y por

encima, como el paisaje que nos rodea y el cielo azul

que nos alumbra.

El señor Lieuvain acababa de limpiarse la

boca con su pañuelo de bolsillo.

Y continuó:

«¿Y para qué hablarles aquí a ustedes de la

utilidad de la agricultura? ¿Quién subviene a nuestras

necesidades?, ¿quién provee a nuestra subsistencia?

¿No es el agricultor? El agricultor, señores,

quien sembrando con mano laboriosa los surcos fe-

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