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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Madame Bovary

barre las nubes. El montón de pensamientos tristes

que los ensombrecía pareció retirarse de sus ojos

azules; toda su cara resplandeció de felicidad.

León esperaba. Por fin Emma respondió:

—Siempre lo había sospechado...

Entonces se contaron los pequeños sucesos

de aquella existencia lejana, de la que acababan

de resumir, en una sola palabra, los placeres y las

melancolías. Recordaba la cuna de clemátides, los

vestidos que había llevado, los muebles de su habitación,

toda su casa.

—¿Y nuestros pobres cactus, dónde están?

—El frío los ha matado este invierno.

—¡Ah!, ¡cuánto he pensado en ellos, si supiera!,

muchas ve ces los volvía a ver como antes,

cuando, en las mañanas de verano, el sol pegaba en

las celosías... y veía sus dos brazos desnudos que

pasaban entre las flores.

—¡Pobre amigo! —dijo ella tendiéndole la

mano.

León muy pronto pegó en ella sus labios. Luego,

después de haber respirado. profundamente:

—Usted en aquel tiempo era para mí no sé

qué fuerza incomprensible que cautivaba mi vida.

Una vez, por ejemplo, fui a su casa; pero usted no se

acuerda de esto, sin duda.

—Sí —dijo ella—. Continúe.

—Usted estaba abajo, en la antesala, preparada

para salir, en el último escalón; por cierto, llevaba

un sombrero con pequeñas flores azules; y sin

que usted me invitara, yo, a pesar mío, la acompañé.

Cada minuto tenía cada vez más conciencia de

mi tontería, y seguía caminando a su lado, sin atreverme

a seguirla por completo y sin querer dejarla.

Cuando usted entraba en una tienda, yo

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