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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Capítulo X

a carcajadas.

En efecto, la niña se estaba revolcando en el

prado, en medio de la hierba que segaban.

Estaba echada boca abajo, en lo alto de un

almiar. Su muchacha la sostenía por la falda.

Lestiboudis rastrillaba al lado, y cada vez que

se acercaba, la niña se inclinaba haciendo esfuerzos

inútiles con sus bracitos.

—¡Tráigamela! —dijo su madre, precipitándose

para besarla—. ¡Cuánto te quiero, pobre hija mía!

¡Cuánto te quiero!

Después, dándose cuenta de que tenía la

punta de las orejas un poco sucias, llamó enseguida

para que le trajesen agua caliente, y la limpió, le

cambió de ropa interior, medias, zapatos, hizo mil

preguntas sobre su salud, como si regresara de viaje,

y, por fin, volviendo a besarla y lloriqueando, la

dejó en brazos de la criada, que permanecía boquiabierta

ante estos excesos de ternura.

Por la noche, Rodolfo la encontró más seria

que de costumbre.

—Ya le pasará —pensó él—, es un capricho.

Y faltó consecutivamente a tres citas.

Cuando volvió, ella se mostró fría y casi desdeñosa.

—¡Ah!, ¡pierdes el tiempo, rica!

Y fingió no notar sus suspiros melancólicos,

ni el pañuelo que sacaba.

Fue entonces cuando Emma se arrepintió.

Incluso se preguntó por qué detestaba a Carlos, y

si no hubiera sido mejor poder amarle. Pero él no

daba mucho pie a estos renuevos sentimentales, de

modo que ella no acababa de decidirse por hacer un

sacrificio, cuando el boticario vino muy a punto a

proporcionarle una ocasión.

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