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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Madame Bovary

rubia la miraba silenciosamente.

Como se aburría mucho en Yonville, donde

estaba de pasante del notario Guillaumin, a menudo

el señor León Dupuis (era el segundo cliente

habitual del «León de Oro») retrasaba la hora de cenar

esperando que apareciese en la posada algún

viajero con quien hablar por la noche. Los días en

que había terminado su tarea, sin saber qué hacer,

tenía que llegar a la hora exacta, y soportar, desde

la sopa hasta el queso, el cara a cara con Binet.

Así que aceptó de buena gana la invitación que le

hizo la hostelera de cenar en compañía de los recién

llegados, y pasaron a la gran sala, donde la señora

Lefrançois, como extraordinario, había dispuesto los

cuatro cubiertos. Homais pidió permiso para seguir

con su gorro griego por miedo a las corizas.

Después, volviéndose hacia su vecina:

—¿La señora, sin duda, está un poco cansada?

¡Le traquetean a uno tanto en nuestra «Golondrina»!

—Es verdad —respondió Emma—; pero lo

desacostumbrado siempre me divierte; me gusta

cambiar de lugar.

—¡Es tan aburrido —suspiró el pasante— vivir

clavado en los mismos sitios!

—Si ustedes tuvieran como yo —dijo Carlos—

que andar siempre a caballo...

—Pero —replicó León dirigiéndose a Madame

Bovary, nada hay más agradable, me parece; cuando

se puede —añadió.

—Además —decía el boticario—, el ejercicio

de la medicina no es muy penoso en nuestra tierra;

porque el estado de nuestras carreteras permite

usar el cabriolet, y, generalmente, se paga bastante

bien, pues los campesinos son gente acomodada.

Según el informe médico, tenemos, aparte los casos

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