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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Madame Bovary

ropa extendida en unas varas, se situaron cómodamente

para ver toda la casa de Binet.

Estaba solo en su buhardilla, reproduciendo

en madera una de esas tallas de marfil indescriptibles,

compuestas de medias lunas, de esferas huecas

metidas unas en otras, todo el conjunto erguido

como un obelisco y que no servía para nada; ya estaba

empezando la última pieza, tocaba al fin.

En la penumbra del taller se veía salir de su

herramienta un polvillo rubio como un torrente de

chispas bajo las herraduras de un caballo al galope;

las dos ruedas giraban, zumbaban. Binet sonreía,

la barbilla baja, las aletas de la nariz abiertas y parecía

finalmente perdido en una de esas felicidades

completas que no pertenecen, sin duda, más que

a las ocupaciones mediocres, que divierten la inteligencia

por dificultades fáciles y la sacian en una

realización más allá de la cual no queda sino soñar.

—¡Ah!, ¡allí está! —dijo la señora Tuvache.

Pero el ruido del torno no dejaba oír lo que

Emma decía.

Por fin, aquellas señoras creyeron percibir la

palabra «francos» y la tía Tuvache sopló muy despacio:

—Le pide que le aplace las contribuciones.

—¡Eso parece! —replicó la otra.

La vieron caminar de un lado para otro mirando

en las paredes, los servilleteros, los candelabros,

los pomos del pasamanos, mientras que Binet

se acariciaba la barba con satisfacción.

—¿Iría a encargarle algo? ——dijo la señora

Tuvache.

—Pero si él no vende nada —objetó su vecina.

El recaudador parecía escuchar con los ojos desorbitados,

como si no comprendiera; Emma seguía en

actitud tierna, suplicante. Se acercó; su pecho jadea-

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