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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Capítulo XII

—¡Ah sí!, ¡la señora Homais!

Y añadía con un tono meditabundo:

Perfume obtenido de la planta del mismo

nombre.

—¿Pero es una señora como la tuya?

Felicidad se impacientaba viéndole dar vueltas

a su alrededor. Ella tenía seis años más que él,

y Teodoro, el criado del señor Guillaumin, empezaba

a hacerle la corte.

—¡Déjame en paz! — le decía apartando el

tarro de almidón—. Vete a machacar almendras;

siempre estás husmeando alrededor de las mujeres;

para meterte en eso, aguarda a que te salga la barba,

travieso chaval.

—Vamos, no se enfade, voy a limpiarle sus botines.

E inmediatamente alcanzaba sobre la chambrana

los zapatos de Emma, todos llenos de barro,

el barro de las citas que se deshacía en polvo entre

sus dedos y que veía subir suavemente en un rayo

de sol.

—¡Qué miedo tienes de estropearlos! —decía

la cocinera, que no se esmeraba tanto cuando los

limpiaba ella misma, porque la señora, cuando la

tela ya no estaba nueva, se los dejaba.

Emma tenía muchos en su armario y los iba

gastando poco a poco, sin que nunca Carlos se permitiese

hacerle la menor observación.

Así es que él pagó trescientos francos por

una pierna de madera que Emma creyó oportuno

regalar a Hipólito. La pata de palo estaba rellena de

corcho, y tenía articulaciones de muelle, una mecánica

complicada cubierta de un pantalón negro, y

terminaba en una bota brillante. Pero Hipólito, no

atreviéndose a usar todos los días una pierna tan

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