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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Capítulo X

un año había vuelto a casa de sus padres. Además,

nadie vivía en los alrededores; aquel camino sólo

llevaba a la Huchette; Binet había adivinado, pues,

de dónde venía, y no callaría, hablaría, estaba segura.

Ella permaneció hasta la noche torturándose la

mente con todos los proyectos de mentiras imaginables,

y teniendo sin cesar delante de sus ojos a aquel

imbécil con morral.

Carlos, después de la cena, viéndola preocupada,

quiso, para distraerla,

llevarla a casa del farmacéutico; y la primera

persona que vio en la farmacia fue precisamente al

recaudador. Es taba de pie delante del mostrador,

alumbrado por la luz del bocal rojo, y decía:

—Deme, por favor, media onza de vitriolo.

Justino —dijo el boticario—, tráenos el ácido sulfúrico.

Después, a Emma, que quería subir al piso de

la señora Homais:

—No, quédese, no vale la pena, ella va a bajar.

Caliéntese en la estufa entretanto...

—Dispénseme... Buenas tardes, doctor —pues

el farmacéutico se complacía en pronunciar esta palabra

«doctor», como si, dirigiéndose a otro, hubiese

hecho recaer sobre sí mismo algo de la pompa que

encontraba en ello

—... Pero ¡cuidado con volcar los morteros!, es

mejor que vayas a buscar las sillas de la salita; ya

sabes que hay que mover los sillones del salón.

Y para volver a poner la butaca en su sitio,

Homais se precipitaba fuera del mostrador, cuando

Binet le pidió media onza de ácido de azúcar.

—¿Ácido de azúcar? —dijo el farmacéutico

desdeñosamente—. ¡No conozco, no sé!

—¿Usted quiere quizá ácido oxálico? ¿Es oxá-

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