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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Madame Bovary

idiota. Contemplaba los desconchados de la pared,

dos tizones humeando por las dos puntas y una larga

araña que andaba por encima de su cabeza en la

rendija de la viga. Por fin, fijó sus ideas. Se acordaba...

un día, con León... ¡Oh, qué lejos...! El sol brillaba

en el río y las clemátides perfumaban el aire.

Entonces, transportada en sus recuerdos como en

un torrente que hierve, llegó pronto a recordar la

jornada de la víspera.

—¿Qué hora es? —preguntó.

Salió la tía Rolet, levantó los dedos de su

mano derecha hacia el lado donde el cielo estaba

más claro, y volvió despacio diciendo:

—Pronto serán las tres.

—¡Ah!, ¡gracias!, ¡gracias!

Porque él iba a llegar. Era seguro. Habría encontrado

dinero. Pero iría quizás allí, sin sospechar

que ella estaba aquí; y pidió a la nodriza que fuese

corriendo a su casa para traerlo.

—¡Dese prisa!

—Pero, mi querida señora, ya voy, ¡ya voy!

Se extrañaba ahora de no haber pensado en

él primeramente; ayer le había dado su palabra, no

faltaría a ella; y se veía ya en casa de Lheureux presentando

sobre su mesa los tres billetes de banco.

Después habría que inventar una historia que explicase

las cosas a Bovary. ¿Cuál?

Entretanto la nodriza tardaba mucho en volver.

Pero como no había reloj, Emma temía exagerar,

tal vez, la duración del tiempo. Se puso a dar paseos

por la huerta, paso a paso; siguió el sendero a lo

largo del seto y volvió rápidamente pensando que la

buena señora habría regresado por otro camino. Por

fin, cansada de esperar, asaltada por sospechas que

rechazaba, sin saber si estaba allí desde hacía un

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