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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Capítulo V

—No —le contestó ella.

—¿Por qué?

—Porque...

Y, apretando los labios, tiró lentamente de

una larga hebra de hilo gris. Esta labor irritaba a

León. Los dedos de Emma parecían desollarse por

la punta; se le ocurrió una frase galante, pero no se

arriesgó.

—¿Es que la abandona? —repuso él.

—¿Qué? —contestó ella vivamente—; ¿la música?

¡Ah, Dios mío, sí, tengo una casa que gobernar,

marido que atender, y mil cosas más, ¡muchas

otras obligaciones que están antes!

Miró el reloj. Carlos se retrasaba. Entonces se

hizo la preocupada. Dos o tres veces incluso repitió:

—¡Es tan bueno!

El pasante le tenía afecto al señor Bovary,

pero aquella ternura por él le sorprendió de una forma

desagradable; no obstante, continuó su elogio,

un elogio que oía hacer a todo el mundo, y sobre

todo al farmacéutico.

—¡Ah, es una buena persona! —repuso

Emma.

—Ciertamente —dijo el pasante.

Y comenzó a hablar de la señora Homais,

cuya indumentaria, muy descuidada, les movía a

risa ordinariamente.

—¿Qué importa eso? —interrumpió Emma—.

Una buena madre de familia no se preocupa por su

atavío.

Después volvió a quedarse en silencio.

Ocurrió lo mismo los días siguientes; sus discursos,

sus maneras, todo cambió. Se la vio como

tomar a pecho el cuidado de su casa, volver a la

iglesia regularmente y mostrarse más severa con su

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