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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Madame Bovary

los tenedores contra los platos en el comedor.

Decía que las necesitaba para matar las ratas

que no le dejaban dormir.

—Tendría que decírselo al señor.

—¡No!, ¡quédate aquí!

Después, con aire indiferente:

—¡Bah!, no vale la pena, se lo diré luego. ¡Vamos,

alúmbrame!

Y entró en el pasillo adonde daba la puerta

del laboratorio. Había en la pared una llave con la

etiqueta Capharnaüm.

—¡Justino! —gritó el boticario, que estaba impaciente.

—¡Subamos!

Y él la siguió.

Giró la llave en la cerradura, y Emma fue directamente

al tercer estante, hasta tal punto la guiaba

bien su recuerdo, tomó el bote azul, le arrancó

la tapa, metió en él la mano, y, retirándola llena de

un polvo blanco, se puso a comer allí con la misma

mano.

—¡Quieta! —exclamó él echándose encima de

ella.

—¡Cállate!, pueden venir.

Él se desesperaba, quería llamar.

—¡No digas nada de esto, le echarían la culpa

a tu amo!

Después se volvió, súbitamente apaciguada, y

casi con la serenidad de un deber cumplido.

Cuando Carlos, trastornado por la noticia del

embargo, entró en casa, Emma acababa de salir. Gritó,

lloró, se desmayó, pero Emma no volvía. ¿Dónde

podía estar? Mandó a Felicidad a casa de Homais, a

casa de Tuvache, a la de Lheureux, al «Lion d’Or», a todos

los sitios; y, en las intermitencias de su angustia,

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