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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Madame Bovary

su talle fino, la rodilla doblada sobre las crines del

animal y ligeramente coloreada por el aire libre sobre

el fondo rojizo de la tarde.

Al entrar en Yonville caracoleó sobre el pavimento.

Desde las ventanas la miraban.

Su marido en la cena le encontró buen aspecto;

pero ella pareció no oírlo cuando le preguntó

sobre su paseo; y siguió con el codo al borde de su

plato, entre las dos velas encendidas.

—¡Emma! —dijo él.

—¿Qué?

—Bueno, he pasado esta tarde por casa del

señor Alexandre; tiene una vieja potranca todavía

muy buena, con una pequeña herida en la rodilla

solamente, y que nos dejarían, estoy seguro, por

unos cien escudos...

Y añadió:

—Incluso pensando que te gustaría, la he

apalabrado..., la he comprado... ¿He hecho bien? ¡Dímelo!

Ella movió la cabeza en señal de asentimiento;

luego, un cuarto de hora después:

—¡Sales esta noche? —preguntó ella.

—Sí, ¿por qué?

—¡Oh!, nada, nada, querido.

Y cuando quedó libre de Carlos, Emma subió

a encerrarse en su habitación. Al principio sintió

como un mareo; veía los árboles, los caminos, las

cunetas, a Rodolfo, y se sentía todavía estrechada

entre sus brazos, mientras que se estremecía el follaje

y silbaban los juncos.

Pero al verse en el espejo se asustó de su cara.

Nunca había tenido los ojos tan grandes, tan negros

ni tan profundos. Algo sutil esparcido sobre su per-

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