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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Capítulo XI

Después Carlos, una vez encajada la pierna del enfermo

en el motor mecánico, se volvió a su casa,

donde Emma, toda ansiosa, le esperaba a la puerta.

Se le echó al cuello; se sentaron a la mesa; él comió

mucho, a incluso quiso, a los postres, tomar una

taza de café, exceso que únicamente se permitía los

domingos cuando había invitados.

Pasaron una velada encantadora, en animada

conversación, haciendo proyectos comunes. Hablaron

de su fortuna futura, de mejoras que introducir

en su casa; él veía extender su reputación, aumentar

su bienestar, teniendo siempre el cariño de su

mujer; y en ella se encontraba feliz de renovarse con

un sentimiento nuevo, más sano, mejor, en fin, de

sentir, alguna ternura por aquel pobre chico que la

quería con locura. La idea de Rodolfo se le pasó un

momento por la cabeza; pero sus ojos se pusieron

sobre Carlos; ella notó incluso con sorpresa que no

tenía los dientes feos.

Estaban en la cama cuando el señor Homais,

sin hacer caso de la cocinera, entró de pronto decidido

en la habitación, llevando en la mano un papel

recién escrito. Era la noticia que destinaba al Fanal

de Rouen. Se la traía para leérsela.

—Lea usted mismo, señor Bovary.

Él leyó:

«A pesar de los prejuicios que cubren todavía

una parte de la faz de Europa como una red, la luz

comienza, no obstante, a penetrar en nuestros campos.

Así el martes, nuestra pequeña ciudad de Yonville

fue escenario de una experiencia quirúrgica,

que es al mismo tiempo un acto de alta filantropía.

El señor Bovary, uno de nuestros más distinguidos

cirujanos...»

—¡Ah!, eso es demasiado! —decía Carlos, so-

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