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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Capítulo XV

juramentos, de exilio, de fatalidad, de esperanzas,

y cuando se dijeron el adiós final, Emma lanzó un

grito agudo que se confundió con la vibración de los

últimos acordes.

—¿Por qué —preguntó Bovary— ese señor

está persiguiéndola?

—Que no —respondió ella—; es su amante.

—Sin embargo, él jura vengarse de su familia,

mientras que el otro, el que ha venido ahora, decía:

«Amo a Lucía y me creo amado por ella.» Por otra

parte, él marchó con su padre, cogidos del brazo.

¿Porque es su padre, verdad, ese pequeño feo que

lleva una pluma de gallo en su sombrero?

A pesar de las explicaciones de Emma, desde

el dúo recitativo en el que Gilberto expone a su amo

Ashton sus abominables maniobras, Carlos, al ver el

falso anillo de prometida que ha de engañar a Lucía,

creyó que era un recuerdo de amor enviado por

Edgardo. Confesaba, por lo demás, no comprender

la historia a causa de la música que no dejaba oír

bien las palabras.

—¿Qué importa? —dijo Emma—; ¡cállate!

—Es que a mí me gusta enterarme —replicó

él inclinándose sobre su hombro—, ya lo sabes.

—¡Cállate!, ¡cállate! —dijo ella impacientada.

Lucía se adelantaba, medio sostenida por sus

compañeras, con una corona de azahar en el pelo, y

más pálida que el raso blanco de su vestido. Emma

pensaba en el día de su boda; y se volvía a ver allá,

en medio de los trigos, en el pequeño sendero, cuando

iba hacia la iglesia. ¿Por qué no había resistido y

suplicado como ésta? Iba, por el contrario, contenta,

sin darse cuenta del abismo en que se precipitaba...

¡Ah, sí!, en la frescura de su belleza, antes de las

huellas del matrimonio y la desilusión del adulterio

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