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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Capítulo I

contemplaba la lazada de sus zapatillas y hacía en

su raso pequeños movimientos a intervalos con los

dedos de su pie.

Sin embargo, suspiró:

—Lo que es más lamentable, verdad es arrastrar

como yo una vida inútil. Si nuestros dolores pudieran

servir a alguien nos consolaríamos en la idea

del sacrificio.

León se puso a alabar la virtud, el deber y las

inmolaciones silenciosas pues él mismo tenía un increíble

deseo de entrega que no podía saciar.

—Me gustaría mucho —dijo ella— ser una religiosa

de hospital.

—¡Ay! —replicó él—, los hombres no tienen

esas misiones santas, yo no veo en ninguna parte

ningún oficio..., a no ser quizás el de médico...

Con un encogimiento ligero de hombros,

Emma le interrumpió para quejarse de su enfermedad

en la que había estado a la muerte; ¡qué lástima!,

ahora ya no sufriría más. León enseguida

envidió la «paz de la tumba», a incluso una noche

escribió su testamento recomendando que le enterrasen

con aquel cubrepiés con franjas de terciopelo

que ella le había regalado, pues es así como hubieran

querido estar uno y otro, haciéndose un ideal

al cual ajustaban ahora su vida pasada. Además,

la palabra es un laminador que prolonga todos los

sentimientos.

Pero ante aquel invento de la colcha, dijo ella:

—¿Por qué?

—¿Por qué? Él vacilaba. —¡Porque yo a usted

la he querido mucho! Y felicitándose por haber vencido

la dificultad, León, con el rabillo del ojo, miraba

la cara que ponía Emma.

Fue como el cielo, cuando una ráfaga de viento

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