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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Madame Bovary

—¡Ah!, ¡qué le vamos a hacer!, ¡el tribunal lo

ha reconocido!, ¡hay una sentencia!, ¡se la han notificado!

Además, no soy yo, es Vinçart.

—¿Es que usted no podría...?

—¡Oh, nada en absoluto!

—Pero..., sin embargo..., razonemos.

Y ella se fue por los cerros de Úbeda; no se

había enterado de nada..., era una sorpresa...

—¿De quién es la culpa? —dijo Lheureux saludándola

irónicamente—.

Mientras que yo estoy trabajando como un

negro, usted se divierte de lo lindo.

—¡Ah!, ¡nada de sermones!

—Eso nunca hace daño — le replicó él.

Ella estuvo cobarde, le suplicó; a incluso apoyó

su linda mano blanca y larga sobre las rodillas

del comerciante.

—¡Déjeme ya! ¡Parece que quiere seducirme!

—¡Es usted un miserable! exclamó ella.

—¡Oh!, ¡oh!, ¡qué maneras! —replicó riendo.

—Ya haré saber quién es usted. Se lo diré a mi

marido.

—Bien, yo le enseñaré algo a su marido...

Y Lheureux sacó de su caja fuerte el recibo

de mil ochocientos francos que ella le había dado en

ocasión del descuento de Vinçart.

—¿Cree usted —añadió él— que no se va a dar

cuenta de sus pequeños robos ese pobre hombre?

Emma se desplomó más abatida que si hubiese

recibido un mazazo. Él se paseaba desde la

ventana a la mesa, sin dejar de repetir:

—¡Ah!, ya lo creo que lo enseñaré... sí que se

lo enseñaré...

Después se acercó a ella, y con voz suave:

—No es divertido, lo sé; después de todo nadie

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