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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Madame Bovary

la nariz y repetía:

—Bueno, bueno.

Pero hizo un gesto lento con los hombros. Bovary

lo observó: se miraron; y aquel hombre, tan

habituado, sin embargo, a ver los dolores, no pudo

retener una lágrima que cayó sobre la chorrera de

su camisa.

Quiso llevar a Canivet a la habitación contigua.

Carlos lo siguió.

—Está muy mal, ¿verdad? ¿Si le pusiéramos

unos sinapismos?, ¡qué sé yo!

¡Encuentre algo, usted que ha salvado a tantos!

Carlos le rodeaba el cuerpo con sus dos brazos,

y lo contemplaba de un modo asustado, suplicante,

medio abatido contra su pecho.

—Vamos, muchacho, ¡ánimo! Ya no hay nada

que hacer.

Y el doctor Larivière apartó la vista.

—¿Se marcha usted?

—Voy a volver.

Salió como para dar una orden a su postillón

con el señor Canivet, que tampoco tenía interés por

ver morir a Emma entre sus manos. El farmacéutico

se les unió en la plaza. No podía, por temperamento,

separarse de la gente célebre. Por eso conjuró al señor

Larivière que le hiciese el insigne honor de aceptar

la invitación de almorzar. Inmediatamente marcharon

a buscar pichones al «Lion d’Or»; todas las

chuletas que había en la carnicería, nata a casa de

Tuvache, huevos a casa de Lestiboudis, y el boticario

en persona ayudaba a los preparativos mientras

que la señora Homais decía, estirando los cordones

de su camisola:

—Usted me disculpará, señor, pues en nuestro

pobre país si no se avisa la víspera...

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