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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Capítulo VIII

Carlos.

—¡No!, ¡no!

La niña llegó en brazos de su muchacha, con

su largo camisón, de donde salían sus pies, descalzos,

seria y casi soñando todavía. Observaba con

extrañeza la habitación toda desordenada, y pestañeaba

deslumbrada por las velas que ardían sobre

los muebles. Le recordaban, sin duda, las mañanas

de Año Nuevo o de la mitad de la Cuaresma cuando,

despertada temprano a la luz de las velas, venía a la

cama de su madre para recibir allí sus regalos, pues

empezó a decir:

—¿Dónde está mamá?

Y como todo el mundo se callaba:

—¡Pero yo no veo mi zapatito!

Felicidad la inclinaba hacia la cama, mientras

que ella seguía mirando hacia la chimenea.

—¿Lo habrá cogido la nodriza? —preguntó.

Y al oír este nombre, que le recordaba sus

adulterios y sus calamidades, Madame Bovary volvió

su cabeza, como si sintiera repugnancia de otro

veneno más fuerte que le subía a la boca. Berta,

entretanto, seguía posada sobre la cama.

—¡Oh!, ¡qué ojos grandes tienes, mamá!, ¡qué

pálida estás!, ¡cómo sudas! Su madre la miraba.

—¡Tengo miedo! —dijo la niña echándose

atrás.

Emma le cogió la mano para besársela; la

niña forcejeaba.

—¡Basta!, ¡que la lleven! —exclamó Carlos,

que sollozaba en la alcoba.

Después cesaron los síntomas un instance;

parecía menos agitada; y a cada palabra insignificante,

a cada respiración un poco más tranquila,

Carlos recobraba esperanzas.

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