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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Capítulo VI

León la besó en el cuello varias veces.

—¡Adiós!, ¡pobre niña!, ¡adiós, querida pequeña,

adiós!

Y se la devolvió a su madre.

—Llévesela —dijo ésta.

Se quedaron solos, Madame Bovary, de espaldas,

con la cara pegada a un cristal de la ventana;

León tenía su gorra en la mano y la golpeaba suavemente

a lo largo de su muslo.

—Va a llover —dijo Emma.

—¡Ah!, tengo un abrigo —dijo él.

Ella se volvió, barbilla baja y la frente hacia

adelante. La luz le resbalaba como sobre un mármol,

hasta la curva de las cejas, sin que se pudiese

saber lo que miraba. Emma miraba en el horizonte

sin saber lo que pensaba en el fondo de sí misma.

—¡Adiós! —suspiró él.

Emma levantó la cabeza con un movimiento

brusco:

—Sí, adiós..., ¡márchese!

Se adelantaron el uno hacia el otro; él tendió

la mano, ella vaciló.

—A la inglesa, pues —dijo Emma abandonando

la suya, y esforzándose por reír.

León la sintió entre sus dedos, y la sustancia

misma de todo su ser le parecía concentrarse en

aquella palma de la mano húmeda.

Después abrió la mano; sus miradas volvieron

a encontrarse, y desapareció.

Cuando llegó a la plaza del mercado, se detuvo,

y se escondió detrás de un pilar, a fin de contemplar

por última vez aquella casa blanca con sus

cuatro celosías verdes. Creyó ver una sombra detrás

de la ventana, en la habitación; pero la cortina,

separándose del alzapaño como si nadie la tocara,

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