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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Capítulo XV

pasó para ella en la lejanía, como si los instrumentos

se hubieran vuelto menos sonoros y los personajes

más alejados; recordaba las partidas de cartas

en casa del farmacéutico, y el paseo a casa de la

nodriza, las lecturas bajo la glorieta del jardín, las

charlas a solas al lado del fuego, todo aquel pobre

amor tan tranquilo y tan largo, tan discreto, tan

tierno, y que ella, sin embargo, había olvidado. ¿Por

qué entonces volvía él? ¿qué combinación de aventuras

volvía a ponerlo en su vida? Él se mantenía

detrás de ella, apoyando su hombro en el tabique; y

de vez en cuando, ella se sentía estremecer bajo el

soplo tibio de su respiración que le bajaba hasta la

cabellera.

—¿Le gusta esto? —dijo él inclinándose hacia

ella tanto que la punta de su bigote le rozó la mejilla.

Emma contestó indolentemente:

—¡Oh, Dios mío, no!, no mucho.

Entonces le propuso salir del teatro para ir a

tomar unos he lados a algún sitio.

—¡Ah!, todavía no, quedémonos —dijo Bovary—.

Lucía se ha soltado el pelo: esto promete un desenlace

trágico.

Pero la escena de la locura no interesaba a

Emma, y la actuación de la cantante le pareció exagerada.

—Grita mucho —dijo Emma volviéndose hacia

Carlos, que escuchaba:

—Sí... quizás... un poco —replicó él, indeciso

entre la franqueza de su placer y el respeto que tenía

a las opiniones de su mujer.

Después León dijo suspirando:

—¡Hace un calor!

—¡Insoportable!, es cierto.

—¿Estás incómoda? —preguntó Bovary.

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