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fase 2 - El Grimorio

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Primera Sangre<br />

En un claro, al abrigo de miradas indiscretas, Ignotus y Lope desenvainaron<br />

sus espadas. Que quería ver el viejo guerrero cómo se<br />

desenvolvía el cortesano en lo del cuerpo a cuerpo. Se mantuvo a<br />

la defensiva, parándole los golpes y estudiándole mientras tanto.<br />

Cuando se cansó de jugar, lanzó estocada con mucho oficio, rasgando<br />

el jubón del joven y arañándole la piel. Que no era Ignotus<br />

amigo de justar con espadas romas o de madera, cuando podía hacerse<br />

con las de verdad. Cierto es que era entrenamiento y no duelo,<br />

así que derramadas las primeras gotas de sangre, dio paso atrás.<br />

<strong>El</strong> muchacho lo miró con cierto rencor, e Ignotus supo valorarlo. <strong>El</strong><br />

zagal ya sabía lo bastante para darse cuenta de que había estado<br />

jugando con él, y que podía haberle herido y aun matado antes<br />

siquiera de sacar la espada. No se dijeron nada, pero el viejo soldado<br />

se sintió satisfecho.<br />

De regreso a donde habían dejado las monturas, el ojo experto de<br />

Ignotus se fijó en que andaban inquietas. Paró al joven poniendo<br />

la mano en su pecho y dijo en alta voz:<br />

—Os tendríais que haber conformado con las monturas…<br />

Se oyeron risotadas, y el claro se llenó de hombres mal armados<br />

y peor protegidos: para algunos, bandidos, para otros, desesperados.<br />

Para todos, la escoria de la tierra. Esgrimieron sus armas robadas,<br />

y protegidos por restos de armaduras oxidadas se acercaron<br />

a sus presas con menos cautela de la que debieran, pues vieron sólo<br />

a un viejo y a un muchacho, y ambos sin armadura.<br />

—Podéis iros con vida ahora… o quedaros y morir —les advirtió<br />

Ignotus.<br />

Su voz era una pura amenaza, como el gruñido del perro de caza<br />

cuando se siente acorralado. Sin embargo, no había desenfundado<br />

la espada, cosa que sí que había hecho, con atolondramiento y excitación,<br />

el más joven. <strong>El</strong> jefe de los bandidos se permitió una sonrisa<br />

desdentada y contestó con una bravata:<br />

—Tengo yo mejor oferta que haceros, mis señores: entregadnos<br />

vuestras armas, vuestros dineros y vuestras ropas y os daremos<br />

una muerte rápida. Que en los negocios que nos traemos, y os lo<br />

digo por si no sois gente avisada, no hay que dejar quien dé testimonio,<br />

que la clemencia de hoy puede ser la muerte para mañana.<br />

—Sea, pues —asintió Ignotus como si fuera cosa hecha y ya no<br />

hubiera marcha atrás. No habrá perdón… ni piedad. Y a continuación<br />

palmeó la espalda de Lope, como quien azuza a un caballo.<br />

No le hizo falta más al muchacho, que se lanzó contra el más cercano<br />

de los bandidos, lanzándole certero espadazo. A su vez, Ignotus<br />

se sacó un cuchillo oculto y lo lanzó con buena maña contra<br />

otro. Se acercó un hombrón con un hacha a dos manos a ultimar<br />

el negocio con el viejo, pero Ignotus, con sonrisa atravesada, se sacó<br />

una daga de palmo y medio de detrás de los riñones, se apretó al<br />

gigante como si de una tusona se tratara y lo rajó desde las ingles<br />

hasta el cuello, como si fuera un cerdo por San Martín.<br />

La pelea fue corta pero sangrienta. Pronto sólo quedaron dos enemigos<br />

en pie. Y ambos, viendo cómo las cañas se habían vuelto<br />

lanzas, se dieron la vuelta para huir. Lope abatió al suyo mientras<br />

Pars 4: De Re Militari<br />

le daba la espalda, Ignotus dejó que el otro escapara.<br />

—Has luchado bien —dijo el viejo a Lope—, pero mejor<br />

harías en cambiar esa espada por un saif moro. Pelearías<br />

mejor.<br />

Lope lo miró como si acabara de lanzarse una ventosidad<br />

en lugar sagrado:<br />

—¡La espada tiene forma de cruz, y está consagrada a los caballeros<br />

cristianos para usarla con sabiduría! ¡Ningún noble que<br />

se precie llevaría otra arma, que ésta señala su rango y sus votos!<br />

Ignotus suspiró.<br />

—Sí, claro… Recuérdalo en el próximo combate, todo eso de la caballerosidad.<br />

Pero ya que eres piadoso, en verdad que vamos a<br />

serlo ahora —se giró hacia los heridos, que yacían quejosos en el<br />

suelo y les dijo—: el que pueda caminar, que deje aquí sus armas<br />

y se vaya. <strong>El</strong> que se quede… ya sabéis lo que le espera.<br />

Un par alcanzaron a ponerse en pie e irse renqueando. <strong>El</strong> resto se<br />

quedó. Alguno les pidió ayuda y los maldijo por no recibirla. Ignotus<br />

empuñó de nuevo su espada y dijo a Lope:<br />

—Sé piadoso con los de la izquierda, que yo lo seré con los de la<br />

derecha.<br />

Y sin más hundió su arma en el corazón del más cercano, que<br />

murió al punto, sin lanzar ni un “¡ay!”.<br />

—Pero… —balbuceó Lope.<br />

—¿Prefieres dejarlos aquí, y que los cuervos les devoren los ojos estando<br />

aún vivos? ¿Quieres llevarlos a la justicia para que los arrojen en una<br />

celda y mueran allí, entre la agonía de sus heridas, y si por desventura<br />

alguno se salva que lo ahorquen para que vaya pataleando y ahogándose<br />

lentamente, hasta que se orine encima y muera? Si tan piadoso y noble<br />

eres, dales la muerte rápida que no nos habrían dado a nosotros. ¡Y recoge<br />

sus armas! Por muy oxidadas que estén, cualquier labriego que se las encuentre<br />

puede hacerse con ellas y caer en la tentación de convertirse en<br />

otra bestia del camino. Quizá así salves la vida de alguien.<br />

OR paradójico que parezca ya que hemos decidido<br />

Pdedicarle todo un capítulo, no pretendemos que el<br />

combate se convierta en el pilar central de tus partidas<br />

de Aquelarre, y aunque muchas veces se convertirá<br />

en una parte importante de las aventuras, la mayoría<br />

de las situaciones que se den durante el transcurso de una partida<br />

deberían resolverse de una forma menos violenta, ya sea<br />

con la astucia y la inteligencia del jugador o con las competencias<br />

del personaje.<br />

De todas formas, tarde o temprano llegará un momento en que<br />

no quedará sino batirse, saldrán a relucir las espadas y las hachas,<br />

se gritarán los nombres de reyes, reinos y dioses, y comenzará el<br />

combate. Y será en ese momento cuando descubras de qué pasta<br />

están hechos los personajes, pues no serán otra cosa que personas<br />

corrientes y molientes en el centro de la vorágine de violencia y<br />

muerte que conlleva la guerra, de la que saldrán victoriosos y fortalecidos<br />

o, lo más probable, malheridos e incluso muertos. Por<br />

eso, piénsatelo bien antes de iniciar un combate: en Aquelarre no<br />

existen los héroes capaces de aguantar más de una vez el impacto<br />

de una carga de caballería enemiga ni el soplo enfurecido de<br />

las legiones infernales lanzadas al ataque.<br />

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