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Primera Sangre<br />
En un claro, al abrigo de miradas indiscretas, Ignotus y Lope desenvainaron<br />
sus espadas. Que quería ver el viejo guerrero cómo se<br />
desenvolvía el cortesano en lo del cuerpo a cuerpo. Se mantuvo a<br />
la defensiva, parándole los golpes y estudiándole mientras tanto.<br />
Cuando se cansó de jugar, lanzó estocada con mucho oficio, rasgando<br />
el jubón del joven y arañándole la piel. Que no era Ignotus<br />
amigo de justar con espadas romas o de madera, cuando podía hacerse<br />
con las de verdad. Cierto es que era entrenamiento y no duelo,<br />
así que derramadas las primeras gotas de sangre, dio paso atrás.<br />
<strong>El</strong> muchacho lo miró con cierto rencor, e Ignotus supo valorarlo. <strong>El</strong><br />
zagal ya sabía lo bastante para darse cuenta de que había estado<br />
jugando con él, y que podía haberle herido y aun matado antes<br />
siquiera de sacar la espada. No se dijeron nada, pero el viejo soldado<br />
se sintió satisfecho.<br />
De regreso a donde habían dejado las monturas, el ojo experto de<br />
Ignotus se fijó en que andaban inquietas. Paró al joven poniendo<br />
la mano en su pecho y dijo en alta voz:<br />
—Os tendríais que haber conformado con las monturas…<br />
Se oyeron risotadas, y el claro se llenó de hombres mal armados<br />
y peor protegidos: para algunos, bandidos, para otros, desesperados.<br />
Para todos, la escoria de la tierra. Esgrimieron sus armas robadas,<br />
y protegidos por restos de armaduras oxidadas se acercaron<br />
a sus presas con menos cautela de la que debieran, pues vieron sólo<br />
a un viejo y a un muchacho, y ambos sin armadura.<br />
—Podéis iros con vida ahora… o quedaros y morir —les advirtió<br />
Ignotus.<br />
Su voz era una pura amenaza, como el gruñido del perro de caza<br />
cuando se siente acorralado. Sin embargo, no había desenfundado<br />
la espada, cosa que sí que había hecho, con atolondramiento y excitación,<br />
el más joven. <strong>El</strong> jefe de los bandidos se permitió una sonrisa<br />
desdentada y contestó con una bravata:<br />
—Tengo yo mejor oferta que haceros, mis señores: entregadnos<br />
vuestras armas, vuestros dineros y vuestras ropas y os daremos<br />
una muerte rápida. Que en los negocios que nos traemos, y os lo<br />
digo por si no sois gente avisada, no hay que dejar quien dé testimonio,<br />
que la clemencia de hoy puede ser la muerte para mañana.<br />
—Sea, pues —asintió Ignotus como si fuera cosa hecha y ya no<br />
hubiera marcha atrás. No habrá perdón… ni piedad. Y a continuación<br />
palmeó la espalda de Lope, como quien azuza a un caballo.<br />
No le hizo falta más al muchacho, que se lanzó contra el más cercano<br />
de los bandidos, lanzándole certero espadazo. A su vez, Ignotus<br />
se sacó un cuchillo oculto y lo lanzó con buena maña contra<br />
otro. Se acercó un hombrón con un hacha a dos manos a ultimar<br />
el negocio con el viejo, pero Ignotus, con sonrisa atravesada, se sacó<br />
una daga de palmo y medio de detrás de los riñones, se apretó al<br />
gigante como si de una tusona se tratara y lo rajó desde las ingles<br />
hasta el cuello, como si fuera un cerdo por San Martín.<br />
La pelea fue corta pero sangrienta. Pronto sólo quedaron dos enemigos<br />
en pie. Y ambos, viendo cómo las cañas se habían vuelto<br />
lanzas, se dieron la vuelta para huir. Lope abatió al suyo mientras<br />
Pars 4: De Re Militari<br />
le daba la espalda, Ignotus dejó que el otro escapara.<br />
—Has luchado bien —dijo el viejo a Lope—, pero mejor<br />
harías en cambiar esa espada por un saif moro. Pelearías<br />
mejor.<br />
Lope lo miró como si acabara de lanzarse una ventosidad<br />
en lugar sagrado:<br />
—¡La espada tiene forma de cruz, y está consagrada a los caballeros<br />
cristianos para usarla con sabiduría! ¡Ningún noble que<br />
se precie llevaría otra arma, que ésta señala su rango y sus votos!<br />
Ignotus suspiró.<br />
—Sí, claro… Recuérdalo en el próximo combate, todo eso de la caballerosidad.<br />
Pero ya que eres piadoso, en verdad que vamos a<br />
serlo ahora —se giró hacia los heridos, que yacían quejosos en el<br />
suelo y les dijo—: el que pueda caminar, que deje aquí sus armas<br />
y se vaya. <strong>El</strong> que se quede… ya sabéis lo que le espera.<br />
Un par alcanzaron a ponerse en pie e irse renqueando. <strong>El</strong> resto se<br />
quedó. Alguno les pidió ayuda y los maldijo por no recibirla. Ignotus<br />
empuñó de nuevo su espada y dijo a Lope:<br />
—Sé piadoso con los de la izquierda, que yo lo seré con los de la<br />
derecha.<br />
Y sin más hundió su arma en el corazón del más cercano, que<br />
murió al punto, sin lanzar ni un “¡ay!”.<br />
—Pero… —balbuceó Lope.<br />
—¿Prefieres dejarlos aquí, y que los cuervos les devoren los ojos estando<br />
aún vivos? ¿Quieres llevarlos a la justicia para que los arrojen en una<br />
celda y mueran allí, entre la agonía de sus heridas, y si por desventura<br />
alguno se salva que lo ahorquen para que vaya pataleando y ahogándose<br />
lentamente, hasta que se orine encima y muera? Si tan piadoso y noble<br />
eres, dales la muerte rápida que no nos habrían dado a nosotros. ¡Y recoge<br />
sus armas! Por muy oxidadas que estén, cualquier labriego que se las encuentre<br />
puede hacerse con ellas y caer en la tentación de convertirse en<br />
otra bestia del camino. Quizá así salves la vida de alguien.<br />
OR paradójico que parezca ya que hemos decidido<br />
Pdedicarle todo un capítulo, no pretendemos que el<br />
combate se convierta en el pilar central de tus partidas<br />
de Aquelarre, y aunque muchas veces se convertirá<br />
en una parte importante de las aventuras, la mayoría<br />
de las situaciones que se den durante el transcurso de una partida<br />
deberían resolverse de una forma menos violenta, ya sea<br />
con la astucia y la inteligencia del jugador o con las competencias<br />
del personaje.<br />
De todas formas, tarde o temprano llegará un momento en que<br />
no quedará sino batirse, saldrán a relucir las espadas y las hachas,<br />
se gritarán los nombres de reyes, reinos y dioses, y comenzará el<br />
combate. Y será en ese momento cuando descubras de qué pasta<br />
están hechos los personajes, pues no serán otra cosa que personas<br />
corrientes y molientes en el centro de la vorágine de violencia y<br />
muerte que conlleva la guerra, de la que saldrán victoriosos y fortalecidos<br />
o, lo más probable, malheridos e incluso muertos. Por<br />
eso, piénsatelo bien antes de iniciar un combate: en Aquelarre no<br />
existen los héroes capaces de aguantar más de una vez el impacto<br />
de una carga de caballería enemiga ni el soplo enfurecido de<br />
las legiones infernales lanzadas al ataque.<br />
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