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fase 2 - El Grimorio

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386<br />

Aquelarre: Juego de rol demoníaco medieval<br />

castellano a Pedro IV, así que <strong>El</strong> Cruel, con la excusa<br />

de que un barco aragonés había atacado a<br />

dos naves genovesas en Sanlúcar ante sus propios<br />

ojos, le declara la guerra a Aragón en 1356, la llamada<br />

Guerra de los Dos Pedros. <strong>El</strong> conflicto dura más<br />

de una década y al principio las cosas se le ponen de dulce<br />

al castellano: logra vencer en Nájera (1360) a las tropas aragonesas<br />

que controla su hermanastro y obliga al rey aragonés<br />

a firmar la paz (1363). Pero Pedro I sigue en sus trece y está<br />

dispuesto a continuar la guerra si el rey de Aragón no le entrega<br />

en bandeja a su hermanastro, a lo que el otro Pedro le<br />

dice que nones y que si quiere caldo, que no se preocupe, que<br />

tendrá dos tazas. Así que el de Aragón paga de su bolsillo a<br />

una banda de mercenarios, las Compañías Blancas del francés<br />

Beltrán Duguesclin, pone al de<br />

Trastámara al mando y le deja<br />

vía libre para continuar la guerra<br />

en Castilla: esta vez Enrique<br />

está imparable y consigue incluso<br />

hacer huir a <strong>El</strong> Cruel y<br />

declararse rey de Castilla en<br />

1366, aunque poco le dura la<br />

alegría, pues al año siguiente es<br />

derrotado por Pedro I en Nájera<br />

(sí, sí, el mismo sitio de<br />

antes), que aprende rápido<br />

pues también ha solicitado<br />

ayuda exterior, en su caso la<br />

del inglés Eduardo de Woodstock,<br />

conocido como <strong>El</strong> Príncipe<br />

Negro. Pero Enrique de Trastámara<br />

no se achanta fácilmente,<br />

pues continúa la guerra, conquista<br />

Toledo, y justo cuando<br />

su hermano marcha sobre él,<br />

consigue derrotarle finalmente<br />

en Montiel, en cuyo castillo se refugia<br />

el rey derrotado. Llegados a<br />

este punto, algunos aseguran que<br />

unos días después, Duguesclin engaña<br />

a Pedro I para que se entreviste con su<br />

hermanastro en la tienda de éste y que allí<br />

ambos hermanos se enzarzan en combate, resultando<br />

vencedor Enrique, con un poquito de ayuda<br />

del francés que dice aquello de “ni quito ni pongo rey,<br />

pero ayudo a mi señor”; otros historiadores dicen que la cosa<br />

no fue así, que Pedro I fue sencillamente decapitado en el castillo<br />

de Montiel. Sea como fuere, el resultado es el mismo: en<br />

1369 la Casa de Borgoña desaparece en un charco de sangre<br />

y llega al trono la Casa de los Trastámara.<br />

<strong>El</strong> antiguo hermanastro, convertido ahora en el rey Enrique II,<br />

se gana pronto el sobrenombre de <strong>El</strong> de las Mercedes, pues<br />

agradecido —e inteligente— como pocos, repartió “mercedes”<br />

y prebendas a diestro y siniestro, especialmente a los nobles<br />

que habían apoyado su causa desde el principio, que en Castilla<br />

ser noble y levantisco es una sola cosa, y los enemigos,<br />

cuantos más cerca de uno, mejor. Aunque poco le duraría al<br />

primer Trastámara el trono, pues diez años después de arrebatárselo<br />

a puñaladas a su hermanastro, muere en Santo Domingo<br />

de la Calzada, dejando como sucesor a su hijo, Juan<br />

I, cuyos primeros años de reinado son una balsa de aceite,<br />

al menos hasta el fatídico año de 1383, cuando las<br />

cosas se le tuercen —por avaricioso, que todo hay que<br />

decirlo—. Y es que ese año muere Fernando I de Portugal<br />

sin dejar descendencia, y como resulta que, cosas de la vida<br />

y la política, Juan I está casado con la hija del portugués, piensa<br />

para sí mismo “ésta es la mía” y se presenta como candidato<br />

al trono del reino vecino. Pero los portugueses —que no pueden<br />

tragar a los castellanos— le dicen que se peine y que se<br />

quede en casa, que allí estorba, lo que no sienta muy bien a<br />

Juan I, que como ve que por las buenas no le dan ni agua, decide<br />

que lo hará por las malas y monta una enorme expedición<br />

militar, orgullo de su época y de su rey. Pero lo que no se espera<br />

Juan I es que cuando los portugueses los intercepten en<br />

Aljubarrota (1385), le den al ejército castellano las suyas y la<br />

del pulpo, sufriendo tal derrota<br />

que se dice que sus cadáveres llegaron<br />

a interrumpir el curso de<br />

un río cercano, e incluso que el<br />

propio rey había escapado de la<br />

muerte por los pelos.<br />

Los siguientes cinco años, Juan I,<br />

que vuelve de Aljubarrota quebrantado<br />

de salud y de espíritu —<br />

no fue para menos—, los pasa<br />

intentando sanear un poco el<br />

reino, cansado ya de tanta guerra<br />

y tanta historia, y en ésas está<br />

cuando en el otoño de 1390, en Alcalá<br />

de Henares, mientras monta<br />

en un caballo que le habían regalado<br />

unos caballeros cristianos venidos<br />

de África, se cae de la<br />

montura con tan mala fortuna que<br />

muere en el acto —para que tus<br />

jugadores se quejen luego de las<br />

pifias en Cabalgar—, aunque el astuto<br />

cardenal don Pedro Tenorio,<br />

que se encontraba junto a él, tranquiliza<br />

a todo el mundo asegurando<br />

que sólo está herido, y consigue con esa<br />

farsa los días que necesita para arreglar el<br />

asunto de la sucesión de Juan I, que pasaría a<br />

su hijo Enrique III, quien contaba por entonces<br />

poco más de once años.<br />

En 1393, con catorce años, Enrique III es declarado mayor de<br />

edad e inicia su reinado teniendo que soportar de nuevo las<br />

veleidades revoltosas de la nobleza castellana, que no calla ni<br />

debajo del agua, así que tras confiscar algunas tierras, derrotar<br />

a un par de duques y mandar corregidores —representantes<br />

del rey— a muchas de las ciudades del reino, la cosa parece<br />

calmarse de nuevo (por ahora, como veremos más tarde).<br />

También ve como el odio hacia los judíos crece por momentos:<br />

como ejemplo, los saqueos de aljamas que tienen lugar por<br />

buena parte del territorio castellano en 1391, que obligan a Enrique<br />

III a dictar leyes en su contra, obligándoles desde entonces<br />

a llevar una señal que los distinga de los buenos (y un pelín<br />

antisemitas) cristianos. Por último, decide que también había<br />

llegado el momento de acabar con los granadinos, que estaba<br />

durando demasiado la Reconquista que iniciaron sus antepasados,<br />

y cuando los de Granada rompen la tregua en 1406 para<br />

atacar el reino de Murcia, Enrique III comienza a preparar su

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