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Aquelarre: Juego de rol demoníaco medieval<br />
castellano a Pedro IV, así que <strong>El</strong> Cruel, con la excusa<br />
de que un barco aragonés había atacado a<br />
dos naves genovesas en Sanlúcar ante sus propios<br />
ojos, le declara la guerra a Aragón en 1356, la llamada<br />
Guerra de los Dos Pedros. <strong>El</strong> conflicto dura más<br />
de una década y al principio las cosas se le ponen de dulce<br />
al castellano: logra vencer en Nájera (1360) a las tropas aragonesas<br />
que controla su hermanastro y obliga al rey aragonés<br />
a firmar la paz (1363). Pero Pedro I sigue en sus trece y está<br />
dispuesto a continuar la guerra si el rey de Aragón no le entrega<br />
en bandeja a su hermanastro, a lo que el otro Pedro le<br />
dice que nones y que si quiere caldo, que no se preocupe, que<br />
tendrá dos tazas. Así que el de Aragón paga de su bolsillo a<br />
una banda de mercenarios, las Compañías Blancas del francés<br />
Beltrán Duguesclin, pone al de<br />
Trastámara al mando y le deja<br />
vía libre para continuar la guerra<br />
en Castilla: esta vez Enrique<br />
está imparable y consigue incluso<br />
hacer huir a <strong>El</strong> Cruel y<br />
declararse rey de Castilla en<br />
1366, aunque poco le dura la<br />
alegría, pues al año siguiente es<br />
derrotado por Pedro I en Nájera<br />
(sí, sí, el mismo sitio de<br />
antes), que aprende rápido<br />
pues también ha solicitado<br />
ayuda exterior, en su caso la<br />
del inglés Eduardo de Woodstock,<br />
conocido como <strong>El</strong> Príncipe<br />
Negro. Pero Enrique de Trastámara<br />
no se achanta fácilmente,<br />
pues continúa la guerra, conquista<br />
Toledo, y justo cuando<br />
su hermano marcha sobre él,<br />
consigue derrotarle finalmente<br />
en Montiel, en cuyo castillo se refugia<br />
el rey derrotado. Llegados a<br />
este punto, algunos aseguran que<br />
unos días después, Duguesclin engaña<br />
a Pedro I para que se entreviste con su<br />
hermanastro en la tienda de éste y que allí<br />
ambos hermanos se enzarzan en combate, resultando<br />
vencedor Enrique, con un poquito de ayuda<br />
del francés que dice aquello de “ni quito ni pongo rey,<br />
pero ayudo a mi señor”; otros historiadores dicen que la cosa<br />
no fue así, que Pedro I fue sencillamente decapitado en el castillo<br />
de Montiel. Sea como fuere, el resultado es el mismo: en<br />
1369 la Casa de Borgoña desaparece en un charco de sangre<br />
y llega al trono la Casa de los Trastámara.<br />
<strong>El</strong> antiguo hermanastro, convertido ahora en el rey Enrique II,<br />
se gana pronto el sobrenombre de <strong>El</strong> de las Mercedes, pues<br />
agradecido —e inteligente— como pocos, repartió “mercedes”<br />
y prebendas a diestro y siniestro, especialmente a los nobles<br />
que habían apoyado su causa desde el principio, que en Castilla<br />
ser noble y levantisco es una sola cosa, y los enemigos,<br />
cuantos más cerca de uno, mejor. Aunque poco le duraría al<br />
primer Trastámara el trono, pues diez años después de arrebatárselo<br />
a puñaladas a su hermanastro, muere en Santo Domingo<br />
de la Calzada, dejando como sucesor a su hijo, Juan<br />
I, cuyos primeros años de reinado son una balsa de aceite,<br />
al menos hasta el fatídico año de 1383, cuando las<br />
cosas se le tuercen —por avaricioso, que todo hay que<br />
decirlo—. Y es que ese año muere Fernando I de Portugal<br />
sin dejar descendencia, y como resulta que, cosas de la vida<br />
y la política, Juan I está casado con la hija del portugués, piensa<br />
para sí mismo “ésta es la mía” y se presenta como candidato<br />
al trono del reino vecino. Pero los portugueses —que no pueden<br />
tragar a los castellanos— le dicen que se peine y que se<br />
quede en casa, que allí estorba, lo que no sienta muy bien a<br />
Juan I, que como ve que por las buenas no le dan ni agua, decide<br />
que lo hará por las malas y monta una enorme expedición<br />
militar, orgullo de su época y de su rey. Pero lo que no se espera<br />
Juan I es que cuando los portugueses los intercepten en<br />
Aljubarrota (1385), le den al ejército castellano las suyas y la<br />
del pulpo, sufriendo tal derrota<br />
que se dice que sus cadáveres llegaron<br />
a interrumpir el curso de<br />
un río cercano, e incluso que el<br />
propio rey había escapado de la<br />
muerte por los pelos.<br />
Los siguientes cinco años, Juan I,<br />
que vuelve de Aljubarrota quebrantado<br />
de salud y de espíritu —<br />
no fue para menos—, los pasa<br />
intentando sanear un poco el<br />
reino, cansado ya de tanta guerra<br />
y tanta historia, y en ésas está<br />
cuando en el otoño de 1390, en Alcalá<br />
de Henares, mientras monta<br />
en un caballo que le habían regalado<br />
unos caballeros cristianos venidos<br />
de África, se cae de la<br />
montura con tan mala fortuna que<br />
muere en el acto —para que tus<br />
jugadores se quejen luego de las<br />
pifias en Cabalgar—, aunque el astuto<br />
cardenal don Pedro Tenorio,<br />
que se encontraba junto a él, tranquiliza<br />
a todo el mundo asegurando<br />
que sólo está herido, y consigue con esa<br />
farsa los días que necesita para arreglar el<br />
asunto de la sucesión de Juan I, que pasaría a<br />
su hijo Enrique III, quien contaba por entonces<br />
poco más de once años.<br />
En 1393, con catorce años, Enrique III es declarado mayor de<br />
edad e inicia su reinado teniendo que soportar de nuevo las<br />
veleidades revoltosas de la nobleza castellana, que no calla ni<br />
debajo del agua, así que tras confiscar algunas tierras, derrotar<br />
a un par de duques y mandar corregidores —representantes<br />
del rey— a muchas de las ciudades del reino, la cosa parece<br />
calmarse de nuevo (por ahora, como veremos más tarde).<br />
También ve como el odio hacia los judíos crece por momentos:<br />
como ejemplo, los saqueos de aljamas que tienen lugar por<br />
buena parte del territorio castellano en 1391, que obligan a Enrique<br />
III a dictar leyes en su contra, obligándoles desde entonces<br />
a llevar una señal que los distinga de los buenos (y un pelín<br />
antisemitas) cristianos. Por último, decide que también había<br />
llegado el momento de acabar con los granadinos, que estaba<br />
durando demasiado la Reconquista que iniciaron sus antepasados,<br />
y cuando los de Granada rompen la tregua en 1406 para<br />
atacar el reino de Murcia, Enrique III comienza a preparar su