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campaña: por desgracia, el hombre propone y<br />
Dios dispone, ya que el día de Navidad de ese<br />
mismo año, el rey de Castilla muere en Toledo. Para<br />
no variar de costumbre, deja como heredero a su hijo, Juan II,<br />
que tiene por entonces poco más de un año, por lo que vuelve<br />
a constituirse una regencia, esta vez encomendada a la esposa<br />
del rey fallecido, Catalina de Lancaster, y a su hermano, el infante<br />
don Fernando.<br />
Así que mientras el niño rey crece en la corte al cuidado de su<br />
madre y regente, su tío, el infante, decide continuar con los<br />
planes conquistadores de su hermano y ataca Granada, tomando<br />
la ciudad de Antequera en 1410 y ganándose el sobrenombre<br />
de Fernando de Antequera. Y si fuera por él, hubiera<br />
seguido adelante, que ganas no le faltaban, pero fue nombrado<br />
en ese momento rey de Aragón con el nombre de Fernando I,<br />
como veremos más adelante, y los granadinos respiraron tranquilos,<br />
al menos durante unas décadas más. Pocos años después,<br />
muere la madre del rey, Catalina de Lancaster, y Juan II<br />
se queda por tanto sin regentes, lo que obliga a que sea declarado<br />
mayor de edad en 1419.<br />
Es en ese momento cuando hace acto de presencia don Álvaro<br />
de Luna, el principal consejero y compañero del joven Juan II,<br />
quienes llegan a ser tan amigos que la superstición popular<br />
asegura que todo se debe a un hechizo. Y esa amistad se convertirá<br />
en veneración cuando en 1420 los primos del rey, los<br />
infantes de Aragón (hijos por tanto de Fernando de Antequera),<br />
llevan a cabo el llamado golpe de Tordesillas y apresan<br />
al rey en Talavera de la Reina, de donde será rescatado por<br />
don Álvaro. Juan II lo premiará con el cargo de condestable<br />
de Castilla y el de maestre de Santiago, pero desde ese mismo<br />
momento, los infantes de Aragón se convertirán en enemigos<br />
jurados del consejero, y se sucederán constantes destierros y<br />
regresos a la corte de don Álvaro hasta que, finalmente, en<br />
1445, los infantes de Aragón son derrotados en la batalla de<br />
Olmedo. Claro que poco le duraría la tranquilidad al condestable,<br />
pues cinco años después, la esposa de Juan II, Isabel de<br />
Portugal, que no puede ver ni mucho ni poco al favorito del<br />
rey, consigue con sus mañas e intrigas lo que no habían conseguido<br />
los infantes en todo ese tiempo: le arranca una orden<br />
de prisión a su esposo y tres años después, en 1453, don Álvaro<br />
de Luna es decapitado en la plaza mayor de Valladolid.<br />
Al año siguiente le acompañaba su amigo, Juan II, que muere<br />
en la misma ciudad renegando de su condición de rey: “Naciera<br />
yo hijo de un labrador, que no rey de Castilla”.<br />
Le sucede en el trono su hijo, Enrique IV, que llega en un momento<br />
especialmente delicado, pues los nobles vuelven a hacer<br />
de las suyas —¿recuerdan que se lo dije?— y el rey es ninguneado<br />
allá donde va, pues él mismo, cuando era todavía heredero<br />
al trono, se había aliado con ellos en varias ocasiones<br />
contra su padre, y ahora todos lo toman por el pito de un sereno,<br />
aunque también contribuye la fama de pichafloja que se<br />
había ganado tras anular su primer matrimonio por no haberse<br />
consumado y que le hace ganarse el sobrenombre de <strong>El</strong><br />
Impotente. En 1455 contrae segundas nupcias con Juana de<br />
Portugal y años después nace una niña, Juana, pero como<br />
nadie se cree que <strong>El</strong> Impotente haya plantado la semillita, se<br />
rumorea que la niña es en realidad hija de uno de los favoritos<br />
del rey, Beltrán de la Cueva, y pasa a ser conocida como Juana<br />
la Beltraneja. Los nobles, que aprovechan el momento para<br />
hacer leña del árbol caído, dicen que no aceptan a la niña como<br />
Pars X1: Chronicae<br />
heredera, pues aseguran no creerse que tenga sangre<br />
del rey, y Enrique IV, que está ya un pelín cansado<br />
de tanto revoltoso, dice en principio que vale, que<br />
bueno, que acepta a su hermana Isabel como heredera<br />
al trono, pero luego, tras meditarlo, se arma de<br />
valor y les dice a los nobles que hasta aquí hemos llegado,<br />
que el trono es suyo y se lo da a quien le da la,<br />
nunca mejor dicho, real gana. Los nobles sueltan aquello<br />
de “Uy, lo que nos ha dicho”, y reunidos en Ávila en 1465<br />
disfrazan a un monigote como si fuera el rey, lo juzgan culpable<br />
de ser amigo de los granadinos, homosexual, pacífico y no<br />
ser el padre de La Beltraneja (lo dejaron fino al hombre) y tras<br />
tirarlo de una patada al grito de “¡A tierra, puto!”, deciden por<br />
su cuenta y riesgo que Enrique IV ya no es rey de Castilla.<br />
La llamada “Farsa de Ávila” termina desbordando el vaso de<br />
la paciencia del rey, que pensando aquello de “ahora se van a<br />
enterar éstos de lo que es un rey con un par”, se lanza a por<br />
los nobles espada en mano y los vence en Olmedo (1467), aunque<br />
poco le duró el pronto a Enrique IV, pues al año siguiente<br />
termina aceptando parte de las reclamaciones de los nobles y<br />
reconoce finalmente a su hermana Isabel como heredera, y así<br />
se mantuvo hasta la muerte del rey en 1474. Ese mismo año,<br />
Isabel I, que se había casado años antes con el infante don Fernando<br />
de Aragón, es proclamada reina de Castilla, aunque no<br />
sin sobresaltos, pues La Beltraneja, a los que algunos ven todavía<br />
como la verdadera heredera de Enrique IV, está comprometida<br />
con Alfonso V de Portugal, y este rey, al que le hace<br />
tilín eso de pillar un buen cacho de Castilla como dote matrimonial,<br />
les dice a Isabel y a Fernando que no ve muy claro esto<br />
de la sucesión del rey fallecido y que, para aclarar el asunto,<br />
piensa enviar algunos ejércitos a parlamentar con ellos: no llegarían<br />
muy lejos, pues tras ser derrotados en Toro (1476) y en<br />
Albuera (1479), los portugueses vuelven a casa con el rabo<br />
entre las piernas y Juana la Beltraneja ingresa en un convento,<br />
quitándose de en medio para siempre.<br />
A partir de entonces, Isabel I, ayudada por su esposo, Fernando<br />
(que será siempre rey de Aragón y nunca de Castilla,<br />
ojito a eso), dedica los años siguientes a adecentar un poco<br />
el reino: negocia con los nobles castellanos para acabar ya con<br />
tanta revuelta, crea la Santa Hermandad —una mezcla de<br />
Guardia Civil y policía rural en el Medievo— para solucionar<br />
el problema del bandidaje en los caminos y solicita autorización<br />
para nombrar inquisidores dependientes de la corona<br />
para limpiar un poco el reino de conversos, consiguiendo en<br />
1482 que se cree el Consejo de la Inquisición. Ese mismo año,<br />
tomando como excusa que un grupo de caballeros fronterizos<br />
de Granada ocupan Alhama, los reyes deciden terminar<br />
de una vez por todas con la dichosa Reconquista, y aprovechando<br />
las guerras internas que tienen lugar en el reino nazarí<br />
entre Abul Hassan (el Muley Hacén de las crónicas<br />
cristianas) y su hijo Boabdil, van poco a poco, lentos pero seguros,<br />
comiéndose fichas del tablero granadino: en 1487 cae<br />
Málaga, dos años después se rinde Almería y en 1491, capitulaba<br />
la capital, Granada. <strong>El</strong> 2 de enero de 1492, los reyes<br />
entran en la ciudad por una puerta y Boabdil sale por la de<br />
atrás, llevándose consigo la corona de un reino desaparecido.<br />
En ese mismo momento, además, Isabel y Fernando decretan<br />
la expulsión de los judíos de los reinos de Castilla y Aragón,<br />
al tiempo que un ambicioso navegante genovés descubría<br />
un nuevo continente. La Edad Media, pues, moría en una<br />
playa de las Bahamas.<br />
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