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buen creyente que (seamos humanos) tenga la<br />
tentación de echar una canita al aire. Esta imagen<br />
del Diablo aparece claramente perfilada en el Libro<br />
de Job: “Yahveh dijo al Satán: ¿De dónde vienes? <strong>El</strong><br />
Satán respondió a Yahveh: De recorrer la tierra y pasearme<br />
por ella” (Job 1, 7).<br />
EL DIABLO CRISTIANO<br />
<strong>El</strong> cristianismo primitivo dio mayor protagonismo al Diablo, colocándolo<br />
como contrincante de Jesús. Los cuatro evangelistas<br />
y, en especial, San Juan en su Apocalipsis, describen la batalla<br />
entre los poderes divinos (liderada por Jesús y sus discípulos)<br />
frente a los poderes demoníacos de diablos y magos. <strong>El</strong> poder<br />
de la Divinidad, sin embargo, sigue siendo más fuerte: a lo largo<br />
de las páginas de los Evangelios podemos ver a Jesús exorcizando<br />
diablos, venciendo tentaciones y, ya en el Apocalipsis, dirigiendo<br />
victorioso a sus ejércitos celestiales contras las legiones de demonios<br />
y humanos apóstatas.<br />
Sin embargo, el viejo Diablo ha ganado con los años en personalidad<br />
y carácter. Ya no se nos presenta como el ser infernal,<br />
aunque astuto, que aparecía en el Génesis o en Libro de Job,<br />
cuidadoso con sus palabras y sutil en sus actos, sino como un<br />
personaje arrogante capaz de enfrentarse en tono irónico al<br />
mismísimo Hijo de Dios para lanzarle al rostro dudas sobre<br />
su Divinidad: “Entonces el diablo le dijo: Si eres Hijo de Dios,<br />
di a esta piedra que se convierta en pan” (Lucas 4, 3). Y posteriormente,<br />
en los días finales del Apocalipsis de San Juan, lo<br />
vemos metamorfoseado en dragón, intentando (y a decir verdad<br />
casi consiguiendo) devorar a Jesucristo, en el momento<br />
en que nazca nuevamente como hombre: “Luego vi a un<br />
Ángel que bajaba del cielo y tenía en su mano la llave del<br />
Abismo y una gran cadena. Dominó al Dragón, la Serpiente<br />
antigua —que es el Diablo y Satanás— y lo encadenó por mil<br />
años” (Apocalipsis 20, 1-2).<br />
Este enfrentamiento, casi en términos de igualdad, entre Jesús<br />
y Satanás llevaría a afirmar al presbítero Arrio de Alejandría,<br />
ya en el siglo II, que Satanás era el primogénito de Dios, desterrado<br />
por su Padre por querer usurpar su poder; Jesús, por<br />
tanto, no sería más que el hijo segundo. Una idea que recuerda<br />
al viejo mito de Caín y Abel, aunque sólo sea una simple transposición<br />
de ciertos cultos asiáticos en los cuales se contempla<br />
la dualidad (el bien y el mal) de cualquier divinidad. Según<br />
Arrio, todo proviene de Dios: tanto el Bien (Jesús) como el Mal<br />
(Lucifer). Según esto, ambos serían iguales en poder.<br />
Aunque las ideas de Arrio (el arrianismo) fueron consideradas<br />
heréticas en el Concilio de Nicea del año 325 —al mismo tiempo<br />
que era excomulgado el presbítero y sus seguidores—, se propagaron<br />
entre los pueblos germánicos, en especial entre visigodos<br />
y francos, que en su momento llegaron a ser los pueblos<br />
más poderosos de la Europa de la Alta Edad Media, y su concepción<br />
sobre Satanás y su cohorte infernal se mantuvo ligeramente<br />
deformada en los siglos posteriores.<br />
EL DIABLO ISLÁMICO<br />
Aquelarre: Juego de rol demoníaco medieval<br />
Se dice en el Corán que Allah creó en un principio a los ángeles<br />
de la luz y a los djinns del fuego, que se reprodujeron y fueron<br />
los padres de diversas criaturas mágicas, en su mayoría monstruosas,<br />
que se enfrentaban entre sí en crueles batallas, lo<br />
que obligó a Allah a enviar a sus ángeles, al mando de<br />
Iblis, para que las desterraran. A continuación, creó<br />
al hombre modelándolo con barro y otorgándole la<br />
Tierra como su dominio. Pero una buena parte de los<br />
djinns no se resignaron a cedérsela a los hombres y, tras abjurar<br />
de Allah, se rebelaron contra él: son los ifrits, los espíritus malvados.<br />
Tampoco todos los ángeles se mostraron conformes con<br />
la decisión de Allah: Iblis y sus seguidores también se rebelaron<br />
contra el Altísimo.<br />
Tras combatir en cruenta batalla con el ángel Mijail, Iblis y sus<br />
seguidores fueron expulsados del Paraíso y enviados al Infierno,<br />
recibiendo a partir de ese momento el nombre de los<br />
shayatín (en singular, shaythán). Desde entonces, y aunque<br />
saben que son impotentes frente al poder del Todopoderoso,<br />
gustan de atacar y poner a prueba a los hombres en un vano<br />
intento de demostrar a su Creador que no son criaturas dignas<br />
de confianza.<br />
Los shayatín, al contrario que los ángeles, pueden ser machos<br />
o hembras. <strong>El</strong> padre de todos ellos, Iblis, el Lucifer judaico,<br />
posee dos sexos —el masculino junto a su pierna derecha y el<br />
femenino junto a la izquierda—, lo que le permite autofecundarse<br />
y poner diez huevos al día, de los que surgen criaturas<br />
de diferente sexo. Además, los shayatín pueden asumir diferentes<br />
apariencias engañosas, como las de animales domésticos,<br />
e incluso aposentarse en objetos.<br />
EL DIABLO MEDIEVAL<br />
La vida en el Medievo no es fácil para nadie, pero para el pueblo<br />
llano lo es menos aún, pues se debaten continuamente entre guerras,<br />
epidemias y una descarada injusticia social. La muerte es<br />
una realidad cotidiana que muy pocas veces llega dulcemente<br />
tras una apacible vejez, pues acostumbra a aparecer bajo la forma<br />
de una enfermedad dolorosa, o se encuentra sonriendo en el extremo<br />
de una espada. La única esperanza que le queda al siervo<br />
y al villano para poder sobrevivir algunos años cuando llegue<br />
su vejez es tener hijos que puedan (y quieran) mantener el peso<br />
inútil de sus padres, lo que no deja de ser una ardua tarea teniendo<br />
en cuenta el alto índice de mortalidad infantil. La vida<br />
de los humildes en la Edad Media se puede resumir, por tanto,<br />
con dos palabras: trabajo y privaciones.<br />
Y frente a ellos nos encontramos a los ricos burgueses, al alto clero<br />
y a la encumbrada nobleza que comen mucho y bien, que no<br />
acostumbran a ocultar sus vicios —es más, en ocasiones incluso<br />
se pavonean (de ellos)—, que secuestran (y “usan”) a las hijas de<br />
los humildes cuando les apetece, que roban descaradamente y<br />
que exhiben allá por donde van a sus enjoyadas barraganas.<br />
La vida, señores, no es justa, y en el Medievo, menos.<br />
¿Es extraño, pues, que la gente de la época estuviera convencida<br />
de que vivían la Aurora del Fin de los Tiempos, el reinado<br />
del Diablo sobre la Tierra, el imperio de la injusticia descrito<br />
por San Juan en su Apocalipsis? Esta teoría, desarrollada antes<br />
del año mil había evolucionado en el siglo XIV hacia extremos<br />
curiosos: la opinión general era que, sobre la Tierra, el Diablo<br />
podía ser incluso más poderoso que la Divinidad. ¿Acaso Dios<br />
no había casado a María con José para ocultar la venida de Jesucristo<br />
a la Tierra bajo forma humana? ¿Y acaso Cristo no<br />
había sido circuncidado “como los judíos” para que Satanás<br />
tardase en descubrirlo entre los hombres de Israel? La creencia<br />
popular era, pues, que incluso Dios tenía que tomar precauciones<br />
frente al Diablo.