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Sombras de Mala Fortuna<br />
Ignotus andaba aparentemente ocioso como sesteando en<br />
el patio de armas. En realidad, andaba ojo avizor como<br />
un aguilucho, estudiando a Lope, que entrenaba con un<br />
soldado del castillo con espadas de madera. La cosa iba<br />
como iba, que ninguno de los dos eran maestros de armas.<br />
Con todo, el mozuelo se defendía, y devolvía al mesnadero<br />
casi tantos golpes como recibía, que bien llenos deberían<br />
andar ya ambos de cardenales. <strong>El</strong> soldado lanzó<br />
entonces un rugido como de animal, y los que aquello<br />
presenciaban (incluido Lope), creyeron que era cosa de<br />
un golpe mal recibido, o que andaba ya harto el soldado<br />
de que un cortesanuelo lo vapulease. Hasta se asomó alguna<br />
que otra sonrisa.<br />
No fue así en el rostro de Ignotus. Pues la magia tiene un<br />
olor, como de metal quemado, que puede ser olfateado por<br />
quien tiene las narices ya hechas al negocio. Y a magia<br />
apestaba, allí y en ese momento.<br />
Aún rugía el soldado cuando, para pasmo de todos, dio un<br />
par de pasos atrás, tambaleándose como borracho, soltó su<br />
espada de madera y desenvainó la buena, la de hierro, que<br />
portaba en el cinto. Y con ella atacó al pobre Lope, que se<br />
defendió más bien que mal, que aunque salió rasguñado<br />
logró a su vez desnudar su arma y responder al ataque. Los<br />
del patio reaccionaron a su vez, que siempre es mejor tarde<br />
que nunca, lanzándose contra el enajenado, y abatiéndolo<br />
por la simple fuerza de su número.<br />
Quedó pensativo Lope, y aún más Ignotus, el primero por<br />
saber poco, el segundo por saber demasiado. Quiso el primero<br />
consultar con ese diablo de judío, pero andaba encerrado<br />
en la judería, con los otros asesinos de Cristo, que<br />
había cogido no sé qué enfermedad mala, y los muccadim<br />
que custodiaban la puerta no dejaban pasar a un gentil por<br />
las buenas. Sanó el judío, y en ese tiempo se le olvidó a<br />
Lope el incidente, con la inconsciencia que da la juventud.<br />
Por suerte para él, no le pasó por alto al viejo Ignotus.<br />
Fue días después, que el que fuera que andaba detrás de<br />
tales hechicerías supo ser sutil. Y con ello, casi logra su objetivo.<br />
Tuvo el caballo de Lope un sobresalto en una cacería,<br />
como si viera algo invisible para los ojos de los demás, que<br />
no es mala cosa producir ilusiones en los animales cuando<br />
no es la menor de sus virtudes el que no puedan hablar. La<br />
cuestión es que Lope no supo mantenerse a lomos de su aterrorizada<br />
montura, que bien que lo arrojó a tierra, con tan<br />
mala fortuna que se despeñó el muchacho por una torrentera,<br />
con gran descalabro por su parte. Acudió en su ayuda<br />
el judío, con la presteza y la alarma que sólo dan la amistad,<br />
y hubo Ignotus, a su pesar, de reconocer que quizá no<br />
Pars 3: Ars Medica<br />
fuera mala compañía después de todo, que los<br />
amigos que se arriesgan a partirse la crisma propia<br />
para mirar de sanar la ajena, en verdad que<br />
son escasos.<br />
—Le salvó la vida. ¿Lo sabes? —le dijo más tarde<br />
sor Recareda, monja hombruna ancha de hombros y<br />
larga de cuerpo, que tan viril la había hecho Dios que<br />
hasta sombra de barba tenía en las mejillas, y más bigotes<br />
que un rey godo lucía—. <strong>El</strong> zagal hubiera muerto, de no<br />
andar listo el judío.<br />
—¿Sanará? —quiso saber Ignotus.<br />
—Está en las manos de Dios… y en las mías, y ten por seguro<br />
que yo haré mi parte. Pero, Ignotus…<br />
—¿Sí?<br />
—Tanta mala fortuna no es casual, y bien que lo sabes, que<br />
de estas cosas conoces más que yo. <strong>El</strong> zagal ha enfurecido a<br />
alguien o algo, o simplemente se ha tropezado con quien no<br />
debía.<br />
—¿Puedes hacer algo por él?<br />
—Puedo rezar, que no es poco. Pero si lo que le ronda es lo<br />
que me temo, mejor búscale protección entre los herejes.<br />
—Hablaré con los cofrades. Gracias, vieja amiga.<br />
—Ignotus… —susurró la monja a sus espaldas, cuando ya<br />
iba a cruzar el umbral.<br />
—¿Quieres algo más de mí?<br />
—Quiero algo más para él. Parece hecho de la misma pasta<br />
que su padre… y que tú… y que yo en otros tiempos. De esa<br />
materia que te provoca una vida corta y una muerte dolorosa.<br />
No hace falta que me digas que su padre te ha enviado<br />
para protegerle. Aplícate entonces, pues en verdad está en<br />
peligro.<br />
L mundo de Aquelarre es un lugar cruel, implacable<br />
Ey violento, una época de grandes epidemias, de<br />
guerras interminables, de escasez y hambruna, un<br />
mundo dominado por la muerte, siempre dispuesta<br />
a bailar su macabra danza con obispos y herejes, con reyes y<br />
campesinos, con judíos y cristianos, pues ella es la conclusión<br />
de todas las cosas y la que todo lo equilibra. Al fin y al cabo,<br />
la justicia no existe; sólo existe ella.<br />
Por todo ello, nuestros personajes deberán aprender a convivir<br />
con la penuria, la enfermedad y la muerte, a la que<br />
contemplarán más de una vez en los ojos vacíos de los cadáveres<br />
que pueblan los campos de batalla, en la piel descarnada<br />
de los ahorcados en las encrucijadas de caminos,<br />
en el hedor que sobrevuela las carretas de los apestados o,<br />
de igual forma, en el filo de una espada, en la corrupción<br />
de los alimentos o en el olor amargo y ponzoñoso de un veneno,<br />
pues también ellos pueden ser víctimas de la guadaña<br />
de la señora muerte, como demostraremos a lo<br />
largo de este capítulo.<br />
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