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fase 2 - El Grimorio

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La Venganza de la Hueste Celestial<br />

—¡Hija de perra! —gritó Recareda de una manera muy poco cristiana.<br />

—Pero… ¿Qué brujería ha hecho? —se extrañó Lope. Pues en verdad algo<br />

había hecho. La vista se le nublaba, como si la realidad misma estuviera cambiando.<br />

Veía como se ve el horizonte en un día de gran calor, y en la oscuridad<br />

empezaban a burbujear… cosas.<br />

—¡Las hijas del Diablo tienen la facultad de invocar al Cabrón de su<br />

padre en el momento de morir! ¡Y ésta debía serlo de pura cepa, pues<br />

acaba de hacerlo! —respondió la monja tratando de abrirse paso hacia la<br />

salida. Un ser, mitad hombre mitad perro, le cortó el paso, y ella aulló<br />

con ferocidad:<br />

—¡Lárgate!...<br />

…mientras le incrustaba un crucifijo en la cara. <strong>El</strong> ser aulló de dolor mientras<br />

sus facciones se disolvían.<br />

Lope, mientras tanto, no sabía qué hacer. Ignotus sonreía, avanzando despacio<br />

hacia el centro de la estancia, ajeno a los monstruos que empezaban a rodearle<br />

y a los pocos humanos que, con la mente aún razonablemente intacta tras<br />

tantos prodigios, trataban de escapar. Una oscuridad profunda, más negra<br />

que la misma noche, extendía sus zarcillos, como volutas de humo, tanteando<br />

ante él. Tres figuras como de mujer se unieron a Ignotus, al parecer para hacerle<br />

frente. Lope no necesitaba del saber de Micael para darse cuenta de que<br />

estaba ante un gran poder, casi tan viejo como el tiempo. Se retrasó dispuesto<br />

a quedarse y morir con su mentor. Pero éste, como si lo intuyera, se giró y<br />

con una sonrisa extraña le dijo:<br />

—Es el final de mi tiempo… Y el inicio del tuyo. ¡Vete y vive para luchar<br />

otro día!<br />

Y desenfundó la espada de su espalda.<br />

Y fue como si el sol estallara dentro de la estancia.<br />

Lope quedó cegado, como tantas bestias, y alcanzó a oír siseos y susurros. Pero<br />

tampoco tuvo tiempo de más. <strong>El</strong> brazo de hierro de sor Recareda lo agarró por<br />

el cuello del jubón, arrastrándolo (y casi estrangulándolo de paso) hacia la<br />

salida.<br />

—¿Qué… qué es eso?<br />

—¡Qué es esto, que qué es aquello! ¡Calla y pelea! ¡Ya te lo contaré si salimos<br />

vivos!<br />

Y no parecía tarea fácil. Pocos eran los supervivientes que habían logrado escapar.<br />

La mayoría habían caído bajo las garras y las mandíbulas de las criaturas<br />

infernales que habían llegado como séquito del Señor de las Tinieblas.<br />

Sor Recareda los mantenía a raya con su crucifijo y su fe, y su pura mala<br />

leche (perdón, justa y santa ira) si alguno se ponía al alcance de su bastón.<br />

Lope le cubría las espaldas con su espada, pero hasta él mismo alcanzaba a<br />

ver que no aguantarían mucho tiempo… nunca en la vida había necesitado<br />

tanto un milagro…<br />

Y el milagro llegó.<br />

Bueno, más propiamente dicho, llegó un Obispo.<br />

Cuatro guerreros irrumpieron en la sala, atacando por la espalda a los demonios.<br />

Llevaban encima tantas protecciones mágicas que el aire a su alrededor<br />

parecía hervir. Con insultante facilidad llegaron hasta la monja y el cortesano,<br />

abriéndoles paso. Para sorpresa de Lope, sor Recareda no pareció demasiado<br />

contenta de verles.<br />

—¡Tú! ¡Anatema! ¿Qué haces aquí?<br />

—Yo también me alegro de veros, hermana —contestó el hombre con una<br />

sonrisa—. Nos llegó un judío a uno de nuestros refugios, y nos contó lo que<br />

pasaba. <strong>El</strong> cofrade mayor, Irshardarak, decidió enviarnos… ¡Parece que esta<br />

vez Ignotus la ha hecho buena!— Estiró un poco el cuello y añadió con sorpresa:<br />

—¡Si hasta han venido las tres brujas! ¿Y esa abominación del fondo no es…?<br />

Pars 1X: Angelicum Natura<br />

—¿Quieres sacarnos de aquí de una vez? —le gritó sor Recareda.<br />

Cruzado el umbral, la calle parecía otro mundo. Parecía, a ojos<br />

de todos, que la mancebía estaba ardiendo en llamas. Los curiosos<br />

(y los vecinos preocupados por que el fuego no se extendiera)<br />

no veían (o no querían ver) la realidad que Lope había<br />

vivido.<br />

—Aun con el poder de las tres a su lado, Ignotus no sobrevivirá. Muy<br />

pocas cosas pueden detener a un señor del Infierno… —dijo resollando el<br />

Obispo.<br />

—Ignotus no piensa sobrevivir. Ha desenfundado la espada —respondió sombríamente<br />

la monja.<br />

Lope parpadeó, y de pronto vio que no estaban solos. Había una docena o más<br />

de criaturas de aspecto humano, altas como de dos metros, de rostro enflaquecido<br />

enmarcado por una larga cabellera lacia. Vestían túnicas negras…, y<br />

todos menos uno de ellos portaban una espada resplandeciente en la mano.<br />

Miraron a Lope y a los suyos, como sopesando una decisión, y finalmente,<br />

sin emitir un sonido, los ignoraron y cruzaron el umbral.<br />

—¿Qué era eso? —balbuceó Lope.<br />

—Otra vez con las preguntitas… —gruñó Recareda. <strong>El</strong> Obispo, en cambio,<br />

fue más compasivo con la ignorancia del muchacho.<br />

—Se les conoce como los malache habbalah. Son moralmente neutros, mercenarios<br />

tanto del Cielo como del Infierno. Eso sí, son honorables, y no cambian<br />

de bando una vez aceptado un “trabajo”. Pero hoy están aquí por algo más<br />

personal… Sus espadas son mortales sin remedio y, hace tiempo, Ignotus robó<br />

una de ellas por necesidad. Está sentenciado a muerte desde entonces, pero<br />

los Malache no podían detectarle si mantenía la espada guardada en su funda,<br />

o si la sacaba por un corto espacio de tiempo. Ahora se abrirán paso hasta él,<br />

llevándose por delante todo lo que encuentren a su paso y se les oponga, y lo<br />

matarán…<br />

—Conociendo a Ignotus, logrará que derriben a toda la hueste infernal<br />

antes de que lo alcancen… pero eso no parará a Agaliaretph —murmuró<br />

sor Recareda.<br />

—Ten fe, hermana, y piensa en el poder de los rezos —le recriminó el llamado<br />

Obispo—. Si ésta es la última batalla de Ignotus, y estando como está enzarzado<br />

contra el demonio de la magia negra, invocara otra vez a…<br />

La voz del viejo guerrero llegó hasta ellos con sorprendente claridad:<br />

—¡Samael, Veneno de Dios! ¡Ayúdame por última vez a vencer a tus<br />

enemigos!<br />

Algo crujió entre el Cielo y la Tierra, y algo parecido a un ser humano de piel<br />

ligeramente azulada, cabellos dorados y grandes alas blancas descendió del<br />

cielo entrando en la mancebía…<br />

Por el techo…<br />

Destrozándolo, mientras tanto…<br />

Lope abrió la boca para preguntar una vez más, Recareda lo miró de reojo y<br />

dijo de mala gana:<br />

—Ése era Samael, el Veneno de Dios, el Arcángel de la Guerra… y del Arrepentimiento.<br />

Porque muchos se arrepienten cuando lo ven llegar, ya que hay<br />

una palabra que no conoce… y es “piedad”.<br />

OMINUM vobiscum. Igual que hizo también el poeta<br />

Dtoscano, vamos a adentrarnos en el desconocido mar<br />

celestial tal y como lo contemplaban los ojos medievales,<br />

donde conoceremos a los intangibles seres que<br />

habitan más allá de la cúpula celeste, a los poderosos y justos<br />

arcángeles, y a las huestes de justicia y guerra que el propio<br />

Dios mantiene en sus mansiones. In nomine Patris et Filii et<br />

Spiritus Sancti. Gloria in excelsis Deo…<br />

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