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La Venganza de la Hueste Celestial<br />
—¡Hija de perra! —gritó Recareda de una manera muy poco cristiana.<br />
—Pero… ¿Qué brujería ha hecho? —se extrañó Lope. Pues en verdad algo<br />
había hecho. La vista se le nublaba, como si la realidad misma estuviera cambiando.<br />
Veía como se ve el horizonte en un día de gran calor, y en la oscuridad<br />
empezaban a burbujear… cosas.<br />
—¡Las hijas del Diablo tienen la facultad de invocar al Cabrón de su<br />
padre en el momento de morir! ¡Y ésta debía serlo de pura cepa, pues<br />
acaba de hacerlo! —respondió la monja tratando de abrirse paso hacia la<br />
salida. Un ser, mitad hombre mitad perro, le cortó el paso, y ella aulló<br />
con ferocidad:<br />
—¡Lárgate!...<br />
…mientras le incrustaba un crucifijo en la cara. <strong>El</strong> ser aulló de dolor mientras<br />
sus facciones se disolvían.<br />
Lope, mientras tanto, no sabía qué hacer. Ignotus sonreía, avanzando despacio<br />
hacia el centro de la estancia, ajeno a los monstruos que empezaban a rodearle<br />
y a los pocos humanos que, con la mente aún razonablemente intacta tras<br />
tantos prodigios, trataban de escapar. Una oscuridad profunda, más negra<br />
que la misma noche, extendía sus zarcillos, como volutas de humo, tanteando<br />
ante él. Tres figuras como de mujer se unieron a Ignotus, al parecer para hacerle<br />
frente. Lope no necesitaba del saber de Micael para darse cuenta de que<br />
estaba ante un gran poder, casi tan viejo como el tiempo. Se retrasó dispuesto<br />
a quedarse y morir con su mentor. Pero éste, como si lo intuyera, se giró y<br />
con una sonrisa extraña le dijo:<br />
—Es el final de mi tiempo… Y el inicio del tuyo. ¡Vete y vive para luchar<br />
otro día!<br />
Y desenfundó la espada de su espalda.<br />
Y fue como si el sol estallara dentro de la estancia.<br />
Lope quedó cegado, como tantas bestias, y alcanzó a oír siseos y susurros. Pero<br />
tampoco tuvo tiempo de más. <strong>El</strong> brazo de hierro de sor Recareda lo agarró por<br />
el cuello del jubón, arrastrándolo (y casi estrangulándolo de paso) hacia la<br />
salida.<br />
—¿Qué… qué es eso?<br />
—¡Qué es esto, que qué es aquello! ¡Calla y pelea! ¡Ya te lo contaré si salimos<br />
vivos!<br />
Y no parecía tarea fácil. Pocos eran los supervivientes que habían logrado escapar.<br />
La mayoría habían caído bajo las garras y las mandíbulas de las criaturas<br />
infernales que habían llegado como séquito del Señor de las Tinieblas.<br />
Sor Recareda los mantenía a raya con su crucifijo y su fe, y su pura mala<br />
leche (perdón, justa y santa ira) si alguno se ponía al alcance de su bastón.<br />
Lope le cubría las espaldas con su espada, pero hasta él mismo alcanzaba a<br />
ver que no aguantarían mucho tiempo… nunca en la vida había necesitado<br />
tanto un milagro…<br />
Y el milagro llegó.<br />
Bueno, más propiamente dicho, llegó un Obispo.<br />
Cuatro guerreros irrumpieron en la sala, atacando por la espalda a los demonios.<br />
Llevaban encima tantas protecciones mágicas que el aire a su alrededor<br />
parecía hervir. Con insultante facilidad llegaron hasta la monja y el cortesano,<br />
abriéndoles paso. Para sorpresa de Lope, sor Recareda no pareció demasiado<br />
contenta de verles.<br />
—¡Tú! ¡Anatema! ¿Qué haces aquí?<br />
—Yo también me alegro de veros, hermana —contestó el hombre con una<br />
sonrisa—. Nos llegó un judío a uno de nuestros refugios, y nos contó lo que<br />
pasaba. <strong>El</strong> cofrade mayor, Irshardarak, decidió enviarnos… ¡Parece que esta<br />
vez Ignotus la ha hecho buena!— Estiró un poco el cuello y añadió con sorpresa:<br />
—¡Si hasta han venido las tres brujas! ¿Y esa abominación del fondo no es…?<br />
Pars 1X: Angelicum Natura<br />
—¿Quieres sacarnos de aquí de una vez? —le gritó sor Recareda.<br />
Cruzado el umbral, la calle parecía otro mundo. Parecía, a ojos<br />
de todos, que la mancebía estaba ardiendo en llamas. Los curiosos<br />
(y los vecinos preocupados por que el fuego no se extendiera)<br />
no veían (o no querían ver) la realidad que Lope había<br />
vivido.<br />
—Aun con el poder de las tres a su lado, Ignotus no sobrevivirá. Muy<br />
pocas cosas pueden detener a un señor del Infierno… —dijo resollando el<br />
Obispo.<br />
—Ignotus no piensa sobrevivir. Ha desenfundado la espada —respondió sombríamente<br />
la monja.<br />
Lope parpadeó, y de pronto vio que no estaban solos. Había una docena o más<br />
de criaturas de aspecto humano, altas como de dos metros, de rostro enflaquecido<br />
enmarcado por una larga cabellera lacia. Vestían túnicas negras…, y<br />
todos menos uno de ellos portaban una espada resplandeciente en la mano.<br />
Miraron a Lope y a los suyos, como sopesando una decisión, y finalmente,<br />
sin emitir un sonido, los ignoraron y cruzaron el umbral.<br />
—¿Qué era eso? —balbuceó Lope.<br />
—Otra vez con las preguntitas… —gruñó Recareda. <strong>El</strong> Obispo, en cambio,<br />
fue más compasivo con la ignorancia del muchacho.<br />
—Se les conoce como los malache habbalah. Son moralmente neutros, mercenarios<br />
tanto del Cielo como del Infierno. Eso sí, son honorables, y no cambian<br />
de bando una vez aceptado un “trabajo”. Pero hoy están aquí por algo más<br />
personal… Sus espadas son mortales sin remedio y, hace tiempo, Ignotus robó<br />
una de ellas por necesidad. Está sentenciado a muerte desde entonces, pero<br />
los Malache no podían detectarle si mantenía la espada guardada en su funda,<br />
o si la sacaba por un corto espacio de tiempo. Ahora se abrirán paso hasta él,<br />
llevándose por delante todo lo que encuentren a su paso y se les oponga, y lo<br />
matarán…<br />
—Conociendo a Ignotus, logrará que derriben a toda la hueste infernal<br />
antes de que lo alcancen… pero eso no parará a Agaliaretph —murmuró<br />
sor Recareda.<br />
—Ten fe, hermana, y piensa en el poder de los rezos —le recriminó el llamado<br />
Obispo—. Si ésta es la última batalla de Ignotus, y estando como está enzarzado<br />
contra el demonio de la magia negra, invocara otra vez a…<br />
La voz del viejo guerrero llegó hasta ellos con sorprendente claridad:<br />
—¡Samael, Veneno de Dios! ¡Ayúdame por última vez a vencer a tus<br />
enemigos!<br />
Algo crujió entre el Cielo y la Tierra, y algo parecido a un ser humano de piel<br />
ligeramente azulada, cabellos dorados y grandes alas blancas descendió del<br />
cielo entrando en la mancebía…<br />
Por el techo…<br />
Destrozándolo, mientras tanto…<br />
Lope abrió la boca para preguntar una vez más, Recareda lo miró de reojo y<br />
dijo de mala gana:<br />
—Ése era Samael, el Veneno de Dios, el Arcángel de la Guerra… y del Arrepentimiento.<br />
Porque muchos se arrepienten cuando lo ven llegar, ya que hay<br />
una palabra que no conoce… y es “piedad”.<br />
OMINUM vobiscum. Igual que hizo también el poeta<br />
Dtoscano, vamos a adentrarnos en el desconocido mar<br />
celestial tal y como lo contemplaban los ojos medievales,<br />
donde conoceremos a los intangibles seres que<br />
habitan más allá de la cúpula celeste, a los poderosos y justos<br />
arcángeles, y a las huestes de justicia y guerra que el propio<br />
Dios mantiene en sus mansiones. In nomine Patris et Filii et<br />
Spiritus Sancti. Gloria in excelsis Deo…<br />
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