El universo imaginario de Robert Margerit - Biblioteca Virtual Miguel ...

LOS ESPACIOS PÚBLICOS: LAS PARTES DE LA CIUDAD
las más diversas nacionalidades. A pesar de su tamaño, esta especie de ciudad que
forma parte del núcleo urbano no preserva el anonimato, de ahí que en su interior se
produzcan encuentros inesperados, tanto agradables como desagradables. En este campo
de observación del género humano, los curiosos satisfacen su necesidad de conocer las
reacciones de los hombres. En cambio, en la taberna próxima a la plaza de la Catedral,
la concurrencia es más homogénea: el día de la fiesta de los Locos, los que tan sólo
quieren divertirse, se apretujan en el piso de abajo: unos de pie, pasándose de mano en
mano botellas de vino, y otros sentados alrededor de jarros llenos de pétalos; y, en la
parte alta, aquellos que quieren asistir al auto de fe abarrotan las mesas colocadas junto
a los vanos. Aunque el tumulto es mayor en la entrada, el pataleo de las jóvenes que se
estremecen –bien por el espectáculo de la calle, bien porque bajo sus faldas se deslizan
manos desvergonzadas– y la risa histérica de una mujer que molesta a las parejas
lanzándoles naranjas desde una galería contribuyen a aumentar la confusión que reina
en este establecimiento cargado de humo, durante las horas en que todo está
permitido 629 .
Por lo que respecta a los locales en los que de manera más o menos encubierta se
producen encuentros que la sociedad reprueba pero consiente, hay que precisar que
algunos son espacios híbridos y que la transgresión sólo se produce a ciertas horas o en
determinados rincones. El bodegón situado en una esquina de la plaza de Galapas se
transforma al anochecer. Durante el día, las blancas paredes del patio reflejan la luz y
las plantas trepadoras exhiben sus flores azules y rosadas; bajo la galería prolongada por
un colgadizo de tejas azules, los marineros fuman, comen y beben a la sombra y, en el
interior, la tripulación del Walrus sacia su sed, su apetito y soporta las lamentaciones y
las efusiones de agradecimiento de la señora Encarnación. Una vez rescatada su hija, los
amigos de Antoine acuden a escuchar las saetas que canta Mañuela al caer la tarde, a
recibir sus muestras de amistad –tiernas como las de una mujer y espontáneas como las
de una niña– y, salvo Brice –que es el único que la ama–, a recordar a través de su
mirada, su sonrisa y sus hermosos ademanes, a las jóvenes que en el pasado les dieron
su cariño. Sin embargo, cuando, ya entrada la noche, la verja del portal está cerrada, la
joven baila poco menos que desnuda una jota endemoniada. Ante seis oficiales que la
629 L’île des perroquets, pp. 233-239 y 283-284.
420