El universo imaginario de Robert Margerit - Biblioteca Virtual Miguel ...

LOS ESPACIOS PÚBLICOS: LAS PARTES DE LA CIUDAD
aplauden, Mañuela ondula su cuerpo, tiznado de púrpura y carbón, al compás que le
marca su madre con un organillo y unas castañuelas, en una estancia brillantemente
iluminada. Sobre la mesa, los zapatos que cándidamente le había regalado Georges
Nightingale, las medias de seda y encaje que Michel Pantaragat había sacado de su
cofre, el abanico de Brice y la mantilla de Bill Burke realzan la voluptuosidad de sus
movimientos. La depravación reemplaza en la sala a la inocencia, el candor y la pureza
de las horas diurnas y la tremenda decepción que sufren los caballeros de fortuna
modifica por completo su percepción del bodegón 630 .
En cuanto al Les Trois Piliers, Margerit distingue claramente entre el piso de
arriba, sede del Sporting Club, la planta principal, punto de encuentro de los esnobs de
la ciudad, y el cobijo de una «fauna especial». El nivel intermedio se divide a su vez en
tres zonas: la del aperitivo, la de los juegos de mesa y las de las cenas íntimas,
decoradas todas ellas siguiendo el estilo 1900 del frente del edificio. Como
prolongación de la fachada, de color frambuesa, con vidrieras, madera oscura y hierro
forjado, la barra chapada de caoba y cobre y el comedor de seda plisada son del agrado
de los clientes que gustan de dejarse ver en los sitios de moda; sin embargo, el piso
inferior sólo lo frecuentan los que necesariamente tienen que ser discretos: aquí se dan
cita algunos homosexuales y bisexuales de la ciudad que, bien como meros
espectadores, bien como actores que han elegido sus propios disfraces, vienen cada
noche a liberarse de sus frustraciones. A diferencia del anterior, este espacio es de
dimensiones reducidas y en él se refugian las pasiones socialmente inconfesables 631 .
El bar al que entra Albert, en busca de la mujer a la que sigue, es un
establecimiento de estilo inglés y aspecto elegante que no llamaría la atención del
protagonista si no fuera porque a su alrededor sólo ve hombres; pero, además, hay una
puerta que todos menos él saben a donde lleva y que al abrirse permite escuchar una
música lejana. Tras cruzar el umbral, un luminoso pasillo decorado en tonos crema y
oro le conduce a una inmensa sala rectangular en cuyo centro baila un French Cancan
un grupo de bailarinas. La claridad del pasillo, las lamparillas de las mesas que rodean
la pista y la luz que enfoca los muslos de las chicas le desconciertan; si bien, lo que más
le asombra es, en primer lugar, la aparición repentina de la desconocida, correctamente
630 Ibídem, pp. 47-53, 71-73 y 76-78.
631 Les amants, pp. 81-84.
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