El universo imaginario de Robert Margerit - Biblioteca Virtual Miguel ...

LOS ESPACIOS PÚBLICOS: EL ÁMBITO PÚBLICO
afueras de las ciudades proporcionan placeres que la moral excluye del centro y
circunscribe a las zonas abisales de los arrabales.
En lo que concierne a las estaciones, vemos que la mayoría señala el punto de
partida de un viaje que suele ser de ida y que marca el inicio de una nueva etapa en la
vida de los protagonistas. En sus locales se producen dolorosas separaciones, que
afligen menos a los que se marchan que a los que se quedan; los andenes son tristes y
oscuros para ambos: para quienes sienten que les arrebatan a sus seres queridos y para
aquellos que logran escapar a una existencia decepcionante. Asimismo, los finales de
trayecto introducen cambios en el modo de vivir, aunque a veces no sean bien recibidos;
pues, entre los nuevos destinos, hay algunos que son deseados y otros que, además de
ser impuestos, equivalen al destierro.
Desde aquí nos desplazamos a otros puntos de la ciudad a través de un
entramado de calles que, además de comunicar, adquieren la categoría de lugar
antropológico. Cada una posee su propia fisonomía; si bien, los viandantes y el paso de
los años la van cambiando. Por lo general, estas vías margeritianas se caracterizan por
su concepción heroica y pocas veces se sirve el autor de imágenes místicas para
describirlas. A menudo recurre a la antítesis para recalcar la aversión que producen el
trazado laberíntico, la penumbra y la miseria de las calles de barrios marginales; el
horror que infunden atractivos bulevares tomados por uniformes e insignias militares; la
repugnancia que sienten determinados personajes que han tenido una experiencia
decepcionante. Intrincados recorridos se asocian igualmente a la complejidad de algunas
relaciones amorosas y un conjunto de distintos tipos de avenidas y calles da cuenta de la
evolución de un romance desde la fase inicial hasta el desenlace. Asimismo, la maraña
de arterias de la gran ciudad contrasta con las zonas tranquilas por las que se puede
callejear: andar sin prisa, deleitándose con los aromas primaverales o estivales, con los
sonidos del agua, el canto de los pájaros o las conversaciones de la gente; imaginando la
fisonomía de los edificios que existieron en siglos pasados o admirando los que siguen
levantados; dejándose llevar por los pies y abriéndose al mundo convierte las calles en
un espacio agradable.
Siempre vistosas al atardecer y desconcertantes los días de fiesta, las vías
principales de territorios lejanos mudan el semblante cuando cambia la gente que pasa o
pasea por ellas: sensuales y resplandecientes a la hora en que la luz deja de deslumbrar
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