El universo imaginario de Robert Margerit - Biblioteca Virtual Miguel ...

LOS ESPACIOS PÚBLICOS: EL ÁMBITO PÚBLICO
con su cruel fulgor y se pueblan de carruajes, hombres a caballo y muchachas con
mantón; magníficas durante las grandes solemnidades o cada vez que se desplaza por
ellas un alto dignatario en medio de una pompa oriental; oníricas, grotescas y
voluptuosas el día en que los instintos de la marea humana se desatan y arrastran todo lo
que encuentran a su paso, las calles de Cumaña se llenan y, en ocasiones, bullen y se
desbordan.
Por lo que respecta a las calzadas y aceras de la Revolución, también suelen
estar repletas de actores y testigos o bien completamente vacías. En las primeras
páginas de la tetralogía margeritiana, asistimos a las últimas manifestaciones públicas
organizadas para rendir culto a la monarquía; si bien, su función es subrayar el contraste
existente entre el antiguo y el nuevo régimen político. Nuevas puestas en escena,
nuevos sones, nuevos rituales reemplazan a los de los anteriores desfiles. Enseguida, la
excepcionalidad se convierte en norma y el pueblo interviene activamente en el
desarrollo de los acontecimientos. Hormigueros de gorros frigios, picas y bayonetas
recorren las calles de París y, aunque menos numerosos, de todos los departamentos de
Francia. Poco a poco, las carretas de detenidos empiezan a dejarse ver por el centro de
la capital: al principio, producen horror; después, los parisienses se acostumbran al
sonido de sus ruedas y a los lamentos de los condenados.
Salvo el día de la fiesta del Ser Supremo, en el que las fachadas de las casas se
engalanan, los espectadores lanzan vítores o se burlan del cortejo desde los bordillos y
los participantes avanzan de manera ordenada –siguiendo las consignas de David o bien
mostrando su descontento–, la agitación y el desorden reinan en los principales
trayectos urbanos. La tensión va en aumento. En 1789, se producen los primeros
amotinamientos; la crispación popular se exterioriza en forma de desbordamiento.
Dicha efervescencia se concentra en determinados sectores; el resto, permanece en
calma. A lo largo de toda la novela se levantan temporales que luego amainan; violentas
perturbaciones de la atmósfera alternan con escenarios desiertos vigilados por patrullas
nocturnas. La placidez de algunas calles desconcierta tanto como los gritos de animal
degollado y los sobrecogedores aplausos que reciben los patriotas sanguinarios en un
barrio cercano. Enardecidas masas de hombres armados fluyen por distintos cauces:
unas veces se expanden; otras, se comprimen y caen en una trampa. Balas de cañón,
descargas de fusilería, redobles de tambor, gemidos y suspiros estremecen a los vecinos
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