El universo imaginario de Robert Margerit - Biblioteca Virtual Miguel ...

LOS ESPACIOS PÚBLICOS: EL ÁMBITO PÚBLICO
recintos provisionales más hospitalarios. Dentro y fuera de dichos locales, la excitación
popular contribuye a electrizar todavía más el ambiente con aplausos y aclamaciones: ni
muros ni balaustradas pueden poner freno a su entusiasmo.
En lo que concierne a los santuarios de toda la nación, el Manège es, en primer
lugar, el espacio en el que se llevan a cabo reformas importantes. Después sobresale por
su majestuosa portada y su sala vetusta y triste: atrás quedaron la suntuosidad de la salle
des États y el fasto de Versalles; ahora, el colorido lo ponen los diputados en las gradas
y el público en las galerías y en los palcos. La perspectiva obtenida desde distintos
ángulos nos muestra un panorama esclarecedor de la situación política de Francia.
Habitualmente, la atmósfera se carga enseguida y tarda en descargarse. Unas veces, es
la fiebre guerrera la que hace perder la lucidez; otras, la rivalidad y la sed de venganza.
Oleadas de sans-culottes exasperados se desparraman por entre los escaños; al principio,
se templan con decretos que consiguen acallarles; después, se rebelan contra la
palabrería y responden con violencia. Durante las sesiones más turbulentas, se
desencadenan tormentas y pasan tornados. En la pista, el remanso de estériles debates se
transforma en circo romano: primero, luchan terneros; luego, leones. Muros de
contención que se estremecen cada vez que se forman remolinos de patriotas o se
enfrentan las distintas facciones, no obstante, los diques del Manège evitan los
desbordamientos.
El traslado de la Convención y la renovación de las Tullerías ponen fin a un
ciclo y dan paso a una nueva forma de gobierno. Motivos más acordes con los nuevos
ideales redundan en la idea de regeneración política; si bien, una ridícula estatua hueca
que representa la Libertad y una nave que, a pesar de haber sido ennoblecida, evidencia
la escasez de recursos, revelan la fragilidad de la república. Las banderas de los
adversarios vencidos que cubren las paredes, los asientos vacíos del hemiciclo y la
variopinta multitud que acude a mitigar el frío al calor de las estufas nos ilustran sobre
el curso que siguen los acontecimientos. En el nuevo edificio, alternan los días de
monótona actividad legislativa con las reuniones anárquicas. El rumor del gentío y las
maquinaciones de los pasillos anuncian futuras marejadas. Al cabo de dos años, cambia
el aspecto del Palais national, pero las escenas de tumulto y de delirio colectivo no
cesan: temporales que al final amainan, maremotos que hacen retroceder a los miembros
de la Asamblea, torbellinos de sables y picas que combaten cuerpo a cuerpo degradan la
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