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Eiji Yoshikawa MUSASHI 3. El Camino de la Espada

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luna, contemp<strong>la</strong>r los cerezos en flor cuando era <strong>la</strong> temporada y<br />

morir con una taza <strong>de</strong> sake en <strong>la</strong> mano.<br />

En su carrera había pasado <strong>de</strong> ministro imperial <strong>de</strong> finanzas<br />

a viceministro auxiliar <strong>de</strong> <strong>la</strong> Derecha y consejero imperial.<br />

Era un alto funcionario en <strong>la</strong> impotente burocracia <strong>de</strong>l emperador,<br />

pero pasaba mucho tiempo en el barrio autorizado, cuya<br />

atmósfera ayudaba a olvidar los insultos que <strong>de</strong>bía soportar<br />

cuando se ocupaba <strong>de</strong> asuntos más prácticos. Entre sus compañeros<br />

habituales figuraban varios jóvenes nobles <strong>de</strong>scontentos,<br />

todos ellos pobres en comparación con los dirigentes militares,<br />

pero <strong>de</strong> alguna manera capaces <strong>de</strong> reunir el dinero necesario<br />

para sus excursiones nocturnas a <strong>la</strong> Ógiya, el único lugar, según<br />

confesaban, don<strong>de</strong> tenían <strong>la</strong> libertad <strong>de</strong> sentirse humanos.<br />

Aquel<strong>la</strong> noche había invitado a acompañarle a un hombre<br />

<strong>de</strong> otra c<strong>la</strong>se, el taciturno y cortés Konoe Nobutada, que contaba<br />

unos diez años más que él. También Nobutada tenía porte<br />

aristocrático y una expresión grave en los ojos. De rostro carnoso<br />

y espesas cejas, unas marcas <strong>de</strong> virue<strong>la</strong>s estropeaban un<br />

poco su cutis atezado, pero <strong>la</strong> mo<strong>de</strong>stia <strong>de</strong> su carácter hacía<br />

que <strong>la</strong> imperfección pareciera <strong>de</strong> algún modo apropiada. En<br />

lugares como <strong>la</strong> Ógiya, alguien que no le conociera jamás<br />

habría supuesto que era uno <strong>de</strong> los nobles <strong>de</strong> más alto rango <strong>de</strong><br />

Kyoto, el cabeza <strong>de</strong> <strong>la</strong> familia entre cuyos miembros eran elegidos<br />

los regentes imperiales.<br />

Estaba al <strong>la</strong>do <strong>de</strong> Yoshino y, con una sonrisa afable, se volvió<br />

hacia el<strong>la</strong> y le dijo:<br />

—Ésa es <strong>la</strong> voz <strong>de</strong>l señor Funabashi, ¿no es cierto?<br />

<strong>El</strong><strong>la</strong> se mordió los <strong>la</strong>bios, ya más rojos que flores <strong>de</strong> cerezo,<br />

y su mirada reflejó el apuro que le ocasionaba <strong>la</strong> embarazosa<br />

situación.<br />

—¿Qué hago si entra? —preguntó, nerviosa.<br />

—¡No te levantes! —le or<strong>de</strong>nó el señor Karasumaru, cogiendo<br />

el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> su kimono.<br />

—¿Qué estás haciendo ahí afuera, Takuan? Si <strong>de</strong>jas <strong>la</strong><br />

puerta abierta entra frío. Sal si lo <strong>de</strong>seas o entra <strong>de</strong> una vez,<br />

pero cierra <strong>la</strong> puerta.<br />

Takuan mordió el cebo y le dijo a Shoyü:<br />

—Pasa.<br />

Tiró <strong>de</strong>l viejo, haciéndole entrar en <strong>la</strong> habitación.<br />

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