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Eiji Yoshikawa MUSASHI 3. El Camino de la Espada

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Ya habían intercambiado <strong>la</strong>s mismas pa<strong>la</strong>bras una serie <strong>de</strong><br />

veces, pero sin ningún resultado.<br />

A pesar <strong>de</strong> <strong>la</strong> falta <strong>de</strong> refinamiento <strong>de</strong> Musashi, Yoshino se<br />

sentía atraída por él. Aunque existía <strong>la</strong> opinión <strong>de</strong> que una mujer<br />

que pensaba en los hombres como tales, en lugar <strong>de</strong> verlos<br />

tan sólo como fuentes <strong>de</strong> ingresos, no estaba preparada para<br />

encontrar empleo en los barrios alegres, eso no era más que un<br />

cliché repetido por los patronos <strong>de</strong> los bur<strong>de</strong>les, hombres que<br />

sólo conocían a <strong>la</strong>s prostitutas corrientes y no tenían ningún<br />

contacto con <strong>la</strong>s gran<strong>de</strong>s cortesanas. Las mujeres con <strong>la</strong> crianza<br />

y el adiestramiento <strong>de</strong> Yoshino eran muy capaces <strong>de</strong> enamorarse.<br />

<strong>El</strong><strong>la</strong> tan sólo tenía uno o dos años más que Musashi, pero<br />

sus respectivas experiencias <strong>de</strong>l amor no podían ser más diferentes.<br />

Al verle sentado con tanta rigi<strong>de</strong>z, reprimiendo sus<br />

emociones, evitando su rostro como si mirar<strong>la</strong> pudiera cegarle,<br />

el<strong>la</strong> se sentía <strong>de</strong> nuevo como una doncel<strong>la</strong> protegida que experimenta<br />

los primeros tormentos <strong>de</strong>l amor.<br />

Los servidores, <strong>de</strong>sconocedores <strong>de</strong> l'a tensión psicológica,<br />

habían extendido lujosos jergones, apropiados para <strong>la</strong> hija y el<br />

hijo <strong>de</strong> un daimyo, en <strong>la</strong> habitación contigua. Minúscu<strong>la</strong>s campanil<strong>la</strong>s<br />

doradas bril<strong>la</strong>ban tenuemente en los ángulos <strong>de</strong> <strong>la</strong>s almohadas<br />

<strong>de</strong> satén.<br />

<strong>El</strong> sonido <strong>de</strong> <strong>la</strong> nieve que se <strong>de</strong>slizaba <strong>de</strong>l tejado no era<br />

distinto al <strong>de</strong> un hombre que saltara <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>la</strong> val<strong>la</strong> al jardín.<br />

Cada vez que lo oía, a Musashi se le erizaba el cabello, como si<br />

los nervios llegaran hasta sus mismas puntas.<br />

Yoshino sintió que <strong>la</strong> recorría un escalofrío. Era <strong>la</strong> hora<br />

más fría <strong>de</strong> <strong>la</strong> noche, poco antes <strong>de</strong>l amanecer, y no obstante su<br />

incomodidad no se <strong>de</strong>bía al frío sino a <strong>la</strong> presencia <strong>de</strong> aquel<br />

hombre obstinado. Era una sensación que entraba en conflicto,<br />

<strong>de</strong> una manera complicada y rítmica, con <strong>la</strong> atracción que experimentaba<br />

hacia él.<br />

La tetera sobre el fuego empezó a silbar, un sonido alegre<br />

que serenó a <strong>la</strong> mujer, <strong>la</strong> cual sirvió el té con lentos movimientos.<br />

—Pronto amanecerá. Toma una taza <strong>de</strong> té y caliéntate junto<br />

al fuego.<br />

—Gracias —dijo Musashi sin moverse.<br />

—Ya está listo —volvió a <strong>de</strong>cir el<strong>la</strong>, y no insistió más.<br />

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