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Eiji Yoshikawa MUSASHI 3. El Camino de la Espada

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La mujer miró asombrada a Osugi mientras ésta se llevaba<br />

el recipiente a los <strong>la</strong>bios, cerraba los ojos y bebía ávidamente.<br />

Un reguero <strong>de</strong> leche le corrió por el mentón.<br />

Cuando hubo terminado, Osugi se estremeció y entonces<br />

hizo una serie <strong>de</strong> muecas, como si estuviera a punto <strong>de</strong><br />

vomitar.<br />

—¡Qué sabor tan repugnante! —exc<strong>la</strong>mó—. Pero tal vez<br />

hará que me sienta mejor, aunque es horrible, peor que una<br />

medicina.<br />

—¿Te ocurre algo? ¿Estás enferma?<br />

—Nada grave. Un resfriado y algo <strong>de</strong> fiebre. —Osugi se<br />

levantó briosamente, como si todos sus achaques se hubieran<br />

evaporado, y tras asegurarse <strong>de</strong> nuevo <strong>de</strong> que Musashi no estaba<br />

mirando, se acercó más a <strong>la</strong> campesina y le preguntó en<br />

voz baja—: Si sigo directamente este camino, ¿adon<strong>de</strong> me<br />

llevará?<br />

—Por encima <strong>de</strong>l Mii<strong>de</strong>ra.<br />

—Eso está en Ótsu, ¿no es cierto? ¿Hay por aquí algún camino<br />

apartado que pueda seguir?<br />

—Pues sí, pero ¿adon<strong>de</strong> quieres ir?<br />

—No importa. ¡Sólo quiero alejarme <strong>de</strong> ese vil<strong>la</strong>no!<br />

—Siguiendo este camino hacia abajo, a unas ochocientas o<br />

novecientas varas hay un sen<strong>de</strong>ro que va hacia el norte. Si lo<br />

sigues, acabarás saliendo entre Sakamoto y Ótsu.<br />

—Si tropiezas con un hombre que me busca —le dijo Osugi<br />

en voz baja—, no le digas que me has visto.<br />

Andando a tropezones, como una mantis religiosa coja que<br />

tuviera prisa, pasó por el <strong>la</strong>do <strong>de</strong> <strong>la</strong> campesina, rozándo<strong>la</strong> torpemente,<br />

y se alejó.<br />

Musashi se rió entre dientes y salió <strong>de</strong> <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> <strong>la</strong> roca.<br />

—Supongo que vives por estos contornos —dijo en tono<br />

amistoso a <strong>la</strong> mujer—. Dime, ¿tu marido es campesino, leñador<br />

o algo por el estilo?<br />

La mujer retrocedió atemorizada, pero respondió:<br />

—Oh, no. Vengo <strong>de</strong> <strong>la</strong> posada que está en el puerto <strong>de</strong><br />

montaña.<br />

—Tanto mejor. ¿Podrías hacerme un recado? Te lo pagaré.<br />

—Lo haría con gusto, pero hay una persona enferma en <strong>la</strong><br />

posada.<br />

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