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Eiji Yoshikawa MUSASHI 3. El Camino de la Espada

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Ha era <strong>la</strong> primera vez que <strong>la</strong> veía en realidad. Estaba casi a<br />

doscientas mil<strong>la</strong>s <strong>de</strong> distancia, pero parecía encontrarse en el<br />

mismo nivel que el observador.<br />

—Magnífico —suspiró, sin enjugarse <strong>la</strong>s lágrimas que se<br />

<strong>de</strong>slizaban <strong>de</strong> sus ojos.<br />

Se sintió apabul<strong>la</strong>do por su propia pequenez, entristecido<br />

al pensar en su insignificancia en <strong>la</strong> vastedad <strong>de</strong>l universo. Des<strong>de</strong><br />

su victoria en el pino <strong>de</strong> ancha copa, se había atrevido en<br />

secreto a pensar que eran pocos, o ninguno, los hombres tan<br />

bien cualificados como lo estaba él para ser consi<strong>de</strong>rados gran<strong>de</strong>s<br />

espadachines. Su vida en <strong>la</strong> tierra era corta, limitada, pero<br />

<strong>la</strong> belleza y el esplendor <strong>de</strong>l monte Fuji eran eternos. Irritado y<br />

un poco <strong>de</strong>primido, se preguntó cómo podía dar alguna importancia<br />

a sus logros con <strong>la</strong> espada.<br />

Había algo inevitable en <strong>la</strong> manera en que <strong>la</strong> naturaleza se<br />

alzaba majestuosa y severa por encima <strong>de</strong> él. Que él estuviera<br />

con<strong>de</strong>nado a permanecer <strong>de</strong>bajo era algo que pertenecía al or<strong>de</strong>n<br />

<strong>de</strong> <strong>la</strong>s cosas. Se arrodilló ante <strong>la</strong> montaña, confiando en<br />

que le fuese perdonada su presunción, y unió <strong>la</strong>s manos para<br />

orar por el eterno <strong>de</strong>scanso <strong>de</strong> su madre y por <strong>la</strong> seguridad <strong>de</strong><br />

Otsü y Jótaró. Expresó su agra<strong>de</strong>cimiento a su país y rogó que<br />

se le permitiera llegar a ser gran<strong>de</strong>, aun cuando no pudiera<br />

compartir <strong>la</strong> gran<strong>de</strong>za natural.<br />

Pero incluso mientras estaba arrodil<strong>la</strong>do, distintos pensamientos<br />

se agolparon en su mente. ¿Qué le había hecho pensar<br />

que el hombre era pequeño? ¿Acaso <strong>la</strong> misma naturaleza no<br />

era gran<strong>de</strong> so<strong>la</strong>mente cuando se reflejaba en los ojos humanos?<br />

¿No existían los mismos dioses sólo cuando se comunicaban<br />

con los corazones <strong>de</strong> los mortales? Los hombres, espíritus<br />

vivos, no rocas inertes, llevaban a cabo <strong>la</strong>s acciones más gran<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong> todas.<br />

«Como hombre no estoy tan alejado <strong>de</strong> los dioses y el universo<br />

—se dijo—. Puedo tocarlos con mi espada <strong>de</strong> tres pies. Pero no<br />

es así cuando siento que hay una distinción entre <strong>la</strong> naturaleza y<br />

<strong>la</strong> humanidad, mientras permanezca alejado <strong>de</strong>l mundo <strong>de</strong>l verda<strong>de</strong>ro<br />

experto, <strong>de</strong>l hombre plenamente <strong>de</strong>sarrol<strong>la</strong>do.»<br />

Su contemp<strong>la</strong>ción fue interrumpida por <strong>la</strong> chachara <strong>de</strong><br />

unos merca<strong>de</strong>res que habían trepado cerca <strong>de</strong> don<strong>de</strong> él estaba<br />

y contemp<strong>la</strong>ban <strong>la</strong> montaña.<br />

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