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Eiji Yoshikawa MUSASHI 3. El Camino de la Espada

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—¡Debe <strong>de</strong> ser ahí abajo! —exc<strong>la</strong>mó él, y <strong>de</strong>sapareció por<br />

el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l risco—. Quédate aquí. Iré a ver quién es.<br />

Osugi se recuperó en seguida.<br />

—¡Necio! —exc<strong>la</strong>mó—. ¿Adon<strong>de</strong> vas?<br />

—¿Estás sorda? ¿No has oído ese grito?<br />

—¿Qué tiene eso que ver contigo? ¡Vuelve! ¡Vuelve aquí!<br />

Matahachi le hizo caso omiso y corrió rápidamente, <strong>de</strong> una<br />

raíz <strong>de</strong> árbol a otra, hasta llegar al fondo <strong>de</strong> <strong>la</strong> hondonada.<br />

—¡Idiota! ¡Mentecato! —gritó el<strong>la</strong>, pero era como si estuviese<br />

<strong>la</strong>drando a <strong>la</strong> luna.<br />

Matahachi volvió a gritarle que se quedase don<strong>de</strong> estaba,<br />

pero ya había bajado tanto que Osugi apenas le oyó. Empezando<br />

a <strong>la</strong>mentar su precipitación, se preguntó qué iba a hacer. Si<br />

el lugar <strong>de</strong> don<strong>de</strong> creía que había partido el grito era erróneo,<br />

estaba perdiendo tiempo y energía.<br />

Aunque <strong>la</strong> luz <strong>de</strong> <strong>la</strong> luna no penetraba a través <strong>de</strong>l fol<strong>la</strong>je,<br />

sus ojos se acostumbraron gradualmente a <strong>la</strong> oscuridad. Llegó<br />

a uno <strong>de</strong> los muchos atajos que surcaban <strong>la</strong>s montañas al este<br />

<strong>de</strong> Kyoto y conducían a Sakamoto y Ótsu. Caminó a lo <strong>la</strong>rgo<br />

<strong>de</strong> un arroyo con minúscu<strong>la</strong>s cascadas y rápidos, y encontró<br />

una cabana, probablemente un refugio para los hombres que<br />

pescaban truchas a <strong>la</strong>nzadas. Era <strong>de</strong>masiado pequeña para que<br />

cupiera más <strong>de</strong> una persona y era evi<strong>de</strong>nte que estaba vacía,<br />

pero <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> el<strong>la</strong> distinguió una figura acuclil<strong>la</strong>da, <strong>de</strong> rostro y<br />

manos b<strong>la</strong>nquísimos.<br />

Pensó con satisfacción que se trataba <strong>de</strong> una mujer y se<br />

ocultó <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> una roca gran<strong>de</strong>.<br />

Al cabo <strong>de</strong> un par <strong>de</strong> minutos, <strong>la</strong> mujer salió <strong>de</strong> <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

cabana, fue a <strong>la</strong> oril<strong>la</strong> <strong>de</strong>l arroyo y empezó a recoger agua con<br />

<strong>la</strong>s manos ahuecadas para beber. Matahachi avanzó un paso.<br />

Como advertida por un instinto animal, <strong>la</strong> muchacha miró furtivamente<br />

a su alre<strong>de</strong>dor y empezó a huir.<br />

—¡Akemi!<br />

—¡Ah, me has asustado! —dijo el<strong>la</strong>, pero en un tono <strong>de</strong><br />

alivio. Tragó el agua retenida en su garganta y exhaló un hondo<br />

suspiro.<br />

Tras examinar<strong>la</strong> <strong>de</strong> arriba abajo, Matahachi le preguntó:<br />

—¿Qué ha ocurrido? ¿Qué estás haciendo aquí a esta hora<br />

<strong>de</strong> <strong>la</strong> noche vestida con ropas <strong>de</strong> viaje?<br />

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