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Eiji Yoshikawa MUSASHI 3. El Camino de la Espada

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—Espera, iré a buscarle.<br />

Al entrar <strong>de</strong> un salto en el vestíbulo, Jótaró tropezó con el<br />

pie <strong>de</strong> un biombo y <strong>la</strong>s mandarinas que guardaba en el interior<br />

<strong>de</strong>l kimono cayeron al suelo. Se apresuró a recoger<strong>la</strong>s y corrió<br />

hacia <strong>la</strong>s habitaciones interiores.<br />

Poco <strong>de</strong>spués regresó para informar al monje <strong>de</strong> que Takuan<br />

estaba ausente.<br />

—Dicen que ha ido al Daitokuji.<br />

—¿Sabes cuándo volverá?<br />

—Dicen que muy pronto.<br />

—¿Hay algún sitio don<strong>de</strong> pueda esperarle sin molestar a<br />

nadie?<br />

Jotaro entró en el patio dando brincos y condujo al sacerdote<br />

al establo.<br />

—Pue<strong>de</strong>s esperar aquí —le dijo—. No estorbarás a nadie.<br />

<strong>El</strong> establo estaba lleno <strong>de</strong> paja, ruedas <strong>de</strong> carreta, estiércol<br />

<strong>de</strong> vaca y una diversidad <strong>de</strong> cosas, pero antes <strong>de</strong> que el sacerdote<br />

pudiera abrir <strong>la</strong> boca, Jotaró echó a correr a través <strong>de</strong>l<br />

jardín hacia una casita en el extremo occi<strong>de</strong>ntal <strong>de</strong> <strong>la</strong> propiedad.<br />

—¡Otsü! —gritó—. Te he traído unas mandarinas.<br />

<strong>El</strong> médico <strong>de</strong>l señor Karasumaru le había dicho a Otsü que<br />

no tenía nada que temer. La joven le creyó, aunque el<strong>la</strong> misma<br />

podía comprobar lo <strong>de</strong>lgada que estaba tocándose <strong>la</strong> cara. La<br />

fiebre persistía y no había recobrado el apetito, pero aquel<strong>la</strong><br />

mañana le había murmurado a Jotaro que le gustaría comer<br />

una mandarina.<br />

Abandonando su lugar al <strong>la</strong>do <strong>de</strong> <strong>la</strong> cama, el chico fue primero<br />

a <strong>la</strong> cocina, don<strong>de</strong> le informaron <strong>de</strong> que no había mandarinas<br />

en <strong>la</strong> casa. Al no encontrar<strong>la</strong>s en <strong>la</strong>s verdulerías ni otras<br />

tiendas <strong>de</strong> alimentos, se dirigió al mercado <strong>de</strong> Kyógoku. Había<br />

allí una amplia variedad <strong>de</strong> artículos: hilo <strong>de</strong> seda, prendas <strong>de</strong><br />

algodón, aceite para lámparas, pieles, etcétera..., pero ni una<br />

so<strong>la</strong> mandarina. Tras abandonar el mercado, se sintió esperanzado<br />

un par <strong>de</strong> veces al ver unos frutos <strong>de</strong> color anaranjado tras<br />

los muros <strong>de</strong> jardines particu<strong>la</strong>res, que resultaron ser naranjas<br />

amargas y membrillos.<br />

Después <strong>de</strong> recorrer casi media ciudad, logró su objetivo<br />

recurriendo al robo. La ofrenda <strong>de</strong><strong>la</strong>nte <strong>de</strong>l santuario shintoís-<br />

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