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Eiji Yoshikawa MUSASHI 3. El Camino de la Espada

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da, cubierto <strong>de</strong> sangre y usando <strong>la</strong> espada como bastón. Apenas<br />

había empezado a caminar cuando <strong>de</strong>scubrió que sus heridas<br />

no estaban tan bien curadas como creía. Le dolía <strong>la</strong> rodil<strong>la</strong><br />

izquierda, y <strong>la</strong> brisa, aunque ligera y fresca, parecía ahondarle<br />

<strong>la</strong> herida <strong>de</strong>l brazo. Pero era agradable estar fuera. Las flores<br />

<strong>de</strong>sprendidas <strong>de</strong> los cerezos agitados suavemente danzaban en<br />

el aire como copos <strong>de</strong> nieve. <strong>El</strong> cielo empezaba a tener <strong>la</strong> tonalidad<br />

azul <strong>de</strong> principios <strong>de</strong>l verano. Los músculos <strong>de</strong> Musashi<br />

se hincharon como capullos a punto <strong>de</strong> reventar.<br />

—Estás estudiando <strong>la</strong>s artes marciales, ¿no es cierto,<br />

señor?<br />

—Así es.<br />

—¿Por qué entonces te <strong>de</strong>dicas a tal<strong>la</strong>r una imagen <strong>de</strong><br />

Kannon?<br />

Musashi no respondió <strong>de</strong> inmediato.<br />

—En vez <strong>de</strong> tal<strong>la</strong>r, ¿no sería mejor que emplearas el tiempo<br />

en practicar <strong>la</strong> esgrima?<br />

La pregunta dolió a Musashi más que sus heridas. <strong>El</strong> acólito<br />

tenía más o menos <strong>la</strong> edad <strong>de</strong> Genjiro, y <strong>la</strong> misma estatura.<br />

¿Cuántos hombres habían sido muertos o heridos en aquel<br />

aciago día? Sólo podía suponerlo. Ni siquiera recordaba c<strong>la</strong>ramente<br />

cómo se había librado <strong>de</strong> sus perseguidores y encontrado<br />

un lugar don<strong>de</strong> ocultarse. Las únicas dos cosas que permanecían<br />

con absoluta c<strong>la</strong>ridad en su mente, que le obsesionaban<br />

en sueños, eran el grito aterrado <strong>de</strong> Genjiro y <strong>la</strong> visión <strong>de</strong> su<br />

cuerpo muti<strong>la</strong>do.<br />

Volvió a pensar, como lo había hecho varias veces en los<br />

últimos días, en <strong>la</strong> resolución que escribiera en su cua<strong>de</strong>rno <strong>de</strong><br />

notas: no haría nada que más tar<strong>de</strong> pudiera <strong>la</strong>mentar. Si adoptaba<br />

el punto <strong>de</strong> vista <strong>de</strong> que sus actos eran inherentes al <strong>Camino</strong><br />

<strong>de</strong> <strong>la</strong> <strong>Espada</strong>, una zarza extendida en el camino que había<br />

elegido, entonces <strong>de</strong>bía asumir que su futuro sería <strong>de</strong>so<strong>la</strong>do e<br />

inhumano.<br />

En <strong>la</strong> apacible atmósfera <strong>de</strong>l templo, su mente se había<br />

ac<strong>la</strong>rado. Y una vez empezó a disiparse el recuerdo <strong>de</strong> <strong>la</strong> sangre<br />

<strong>de</strong>rramada, se sintió presa <strong>de</strong> <strong>la</strong> aflicción por el muchacho<br />

al que había matado.<br />

Su mente volvió a <strong>la</strong> pregunta que le había hecho el acólito.<br />

—¿No es cierto que los gran<strong>de</strong>s sacerdotes, como Kobo<br />

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