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Eiji Yoshikawa MUSASHI 3. El Camino de la Espada

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—¿Dón<strong>de</strong> está tu madre?<br />

—Está ahí arriba —respondió él, seña<strong>la</strong>ndo.<br />

—Seguro que está furiosa.<br />

—¿Por el dinero?<br />

—Sí. Lo siento <strong>de</strong> veras, Matahachi. Debía marcharme a<br />

toda prisa y no tenía suficiente para pagar <strong>la</strong> cuenta y nada<br />

para seguir viajando. Sé que hice mal, pero me entró pánico.<br />

¡Perdóname, por favor! ¡No me hagas volver! Te prometo que<br />

<strong>de</strong>volveré el dinero algún día.<br />

Las lágrimas le arrasaron el rostro.<br />

—¿A qué vienen tantas excusas? Ah, ya veo. ¡Crees que<br />

hemos venido aquí para cogerte!<br />

—No te culpo. Aunque obe<strong>de</strong>ciera a un impulso ireflexivo,<br />

lo cierto es que me escapé con el dinero. Si me cogen y tratan<br />

como a una <strong>la</strong>drona, supongo que no podré quejarme.<br />

—Mi madre lo vería <strong>de</strong> esa manera, pero yo no soy como<br />

el<strong>la</strong>. De todos modos, no era una cantidad consi<strong>de</strong>rable. Si <strong>la</strong><br />

necesitabas <strong>de</strong> veras, te <strong>la</strong> habría dado con mucho gusto. No<br />

estoy enfadado. Me interesa mucho más saber por qué huiste y<br />

qué haces aquí arriba.<br />

—Esta noche os oí por casualidad a ti y a tu madre.<br />

—¿Ah, sí? ¿Cuando hablábamos <strong>de</strong> Musashi?<br />

—Sí.<br />

—¿Y <strong>de</strong> repente <strong>de</strong>cidiste ir a Ichijóji? —<strong>El</strong><strong>la</strong> no le respondió—,<br />

¡Ah, me olvidaba! —exc<strong>la</strong>mó, recordando por qué había<br />

bajado al barranco—. ¿Has sido tú quien ha gritado hace<br />

unos momentos?<br />

<strong>El</strong><strong>la</strong> asintió y dirigió rápidamente una mirada a <strong>la</strong> cuesta<br />

por encima <strong>de</strong> ellos. Tras comprobar que no había nada allí, le<br />

contó que había cruzado el arroyo y estaba trepando por un<br />

risco empinado cuando alzó <strong>la</strong> vista y vio un fastasma <strong>de</strong> aspecto<br />

increíblemente maligno, sentado en una roca alta y contemp<strong>la</strong>ndo<br />

<strong>la</strong> luna. Tenía el cuerpo <strong>de</strong> un enano, pero <strong>la</strong> cara, <strong>de</strong><br />

mujer, era <strong>de</strong> un color sobrenatural, más b<strong>la</strong>nco que el b<strong>la</strong>nco,<br />

con una boca que se alzaba por un <strong>la</strong>do hasta <strong>la</strong> oreja. Parecía<br />

como si se estuviera riendo grotescamente <strong>de</strong> el<strong>la</strong>, y le había<br />

dado tal susto que se <strong>de</strong>svaneció. Antes <strong>de</strong> que hubiera vuelto<br />

en sí, se había <strong>de</strong>slizado <strong>de</strong> nuevo al fondo <strong>de</strong>l barranco.<br />

Aunque el re<strong>la</strong>to parecía absurdo, Akemi lo contó con toda<br />

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