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Eiji Yoshikawa MUSASHI 3. El Camino de la Espada

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<strong>de</strong>dicaría a su propia madre, procurando pacientemente serenar<strong>la</strong><br />

cada vez que arremetía contra él.<br />

—Vamos, abue<strong>la</strong>, sabes bien que no <strong>de</strong>seas morir. Tienes<br />

que vivir. ¿No quieres ver cómo se abre paso Matahachi en el<br />

mundo?<br />

La anciana hizo una mueca y respondió gruñendo:<br />

—¿Qué tiene eso que ver contigo? Muchas gracias, pero<br />

Matahachi saldrá a<strong>de</strong><strong>la</strong>nte uno <strong>de</strong> estos días sin tu ayuda.<br />

—No lo dudo, pero <strong>de</strong>bes ponerte bien para animarle.<br />

—¡Hipócrita! —gritó <strong>la</strong> mujer—. Estás perdiendo el tiempo<br />

si crees que pue<strong>de</strong>s ha<strong>la</strong>garme para que olvi<strong>de</strong> lo mucho<br />

que te odio.<br />

Musashi comprendió que <strong>la</strong> anciana interpretaría mal cualquier<br />

cosa que le dijera, por lo que se puso en pie y se alejó<br />

unos pasos. <strong>El</strong>igió un lugar <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> una roca y empezó a tomar<br />

su almuerzo <strong>de</strong> bo<strong>la</strong>s <strong>de</strong> arroz rellenas <strong>de</strong> oscura y dulzona<br />

pasta <strong>de</strong> alubias, cada una envuelta en una hoja <strong>de</strong> roble. Sólo<br />

comió <strong>la</strong> mitad <strong>de</strong> el<strong>la</strong>s.<br />

Al oír voces, miró alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> <strong>la</strong> roca y vio a una campesina<br />

hab<strong>la</strong>ndo con Osugi. Vestía el hakama utilizado por <strong>la</strong>s mujeres<br />

<strong>de</strong> Óhara y <strong>la</strong> suelta cabellera le colgaba sobre los hombros.<br />

En tono estentóreo, <strong>de</strong>cía:<br />

—Tengo una enferma en casa. Ahora está mejor, pero se<br />

recuperará con más rapi<strong>de</strong>z si le doy un poco <strong>de</strong> leche. ¿Me<br />

permites que or<strong>de</strong>ñe a <strong>la</strong> vaca?<br />

Osugi alzó <strong>la</strong> cara y dirigió a <strong>la</strong> mujer una mirada inquisitiva.<br />

—En el lugar <strong>de</strong> don<strong>de</strong> vengo no tenemos muchas vacas<br />

—le dijo—. ¿De veras pue<strong>de</strong>s obtener leche <strong>de</strong> el<strong>la</strong>?<br />

Las dos intercambiaron algunas pa<strong>la</strong>bras más mientras <strong>la</strong><br />

mujer se ponía en cuclil<strong>la</strong>s y empezaba a manipu<strong>la</strong>r <strong>la</strong>s ubres y<br />

verter leche en un recipiente para sake. Cuando estuvo lleno,<br />

se levantó, ro<strong>de</strong>ó firmemente el recipiente con los brazos<br />

y dijo:<br />

—Te doy <strong>la</strong>s gracias. Ya me voy.<br />

—¡Espera! —gritó Osugi en tono áspero. Extendió los brazos<br />

y miró a su alre<strong>de</strong>dor para asegurarse <strong>de</strong> que Musashi no <strong>la</strong><br />

miraba—. Antes <strong>de</strong> irte dame un poco <strong>de</strong> leche. Uno o dos<br />

sorbos bastarán.<br />

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