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Eiji Yoshikawa MUSASHI 3. El Camino de la Espada

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Por alguna lógica perversa, le parecía que todos sus esfuerzos<br />

para llegar a ser un hombre superior habían sido <strong>de</strong>rrotados,<br />

todas sus luchas y privaciones habían perdido por completo<br />

su sentido. Con el rostro oculto en <strong>la</strong> hierba, se dijo que no<br />

había hecho nada malo, pero su conciencia no se daba por satisfecha.<br />

Lo que <strong>la</strong> virginidad <strong>de</strong> una muchacha, que le es concedida<br />

sólo durante un breve período <strong>de</strong> su vida, significaba para el<strong>la</strong>,<br />

lo preciosa y dulce que era, nunca había pasado por <strong>la</strong> mente<br />

<strong>de</strong> Musashi.<br />

Pero mientras aspiraba el olor <strong>de</strong> <strong>la</strong> tierra, recobró gradualmente<br />

el dominio <strong>de</strong> sí mismo. Cuando por fin se puso en pie,<br />

el fuego impetuoso había <strong>de</strong>saparecido <strong>de</strong> su mirada y <strong>la</strong> pasión<br />

estaba ausente <strong>de</strong> su rostro. Pisó el saquito perfumado y<br />

permaneció en pie, mirando fijamente el suelo, escuchando, al<br />

parecer, <strong>la</strong> voz <strong>de</strong> <strong>la</strong>s montañas. Sus espesas cejas negras estaban<br />

tan juntas como lo estuvieron cuando se <strong>la</strong>nzó al combate<br />

bajo el pino <strong>de</strong> ancha copa.<br />

<strong>El</strong> sol se ocultó <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> una nube y el agudo chillido <strong>de</strong> un<br />

ave hendió el aire. <strong>El</strong> viento cambió <strong>de</strong> rumbo, alterando sutilmente<br />

el sonido <strong>de</strong>l agua que caía.<br />

Con el corazón palpitante como el <strong>de</strong> un gorrión asustado,<br />

Otsü observaba al afligido Musashi <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> un abedul.<br />

Al darse cuenta <strong>de</strong> que le había herido profundamente, ansiaba<br />

tenerle <strong>de</strong> nuevo a su <strong>la</strong>do, pero por mucho que quisiera<br />

correr a él y rogarle su perdón, <strong>la</strong>s piernas no <strong>la</strong> obe<strong>de</strong>cían. Por<br />

primera vez se dio cuenta <strong>de</strong> que el hombre al que había entregado<br />

su corazón no era el <strong>de</strong>chado <strong>de</strong> virtu<strong>de</strong>s masculinas que<br />

había imaginado. <strong>El</strong> <strong>de</strong>scubrimiento <strong>de</strong> <strong>la</strong> bestia <strong>de</strong>snuda, <strong>la</strong><br />

carne, <strong>la</strong> sangre y <strong>la</strong>s pasiones, empañaba sus ojos <strong>de</strong> tristeza y<br />

temor.<br />

Había empezado a huir, pero al cabo <strong>de</strong> veinte pasos su<br />

amor se impuso y <strong>la</strong> retuvo. Ahora, algo más serena, empezó a<br />

imaginar que <strong>la</strong> lujuria <strong>de</strong> Musashi era distinta <strong>de</strong> <strong>la</strong> <strong>de</strong> otros<br />

hombres. Más que cualquier otra cosa en el mundo, <strong>de</strong>seaba<br />

disculparse y asegurarle que no albergaba ningún resentimiento<br />

por lo que él había hecho.<br />

«Aún está enfadado —se dijo, temerosa, al ver <strong>de</strong> repente<br />

que él había <strong>de</strong>saparecido—. Ah, ¿qué voy a hacer?»<br />

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