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Eiji Yoshikawa MUSASHI 3. El Camino de la Espada

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liante <strong>de</strong> sudor, pensaba en <strong>la</strong> flor <strong>de</strong>l loto. Separado <strong>de</strong> su<br />

camastro sólo por un tenue biombo, había inha<strong>la</strong>do el leve aroma<br />

<strong>de</strong> sus trenzas negras. Ahora el rugido <strong>de</strong>l agua se fusionaba<br />

con el <strong>la</strong>tido <strong>de</strong> sus venas, y sentía que era presa <strong>de</strong> un impulso<br />

po<strong>de</strong>roso.<br />

Se levantó bruscamente y fue a un lugar soleado don<strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

hierba invernal todavía era alta. Se <strong>de</strong>jó caer pesadamente al<br />

suelo y suspiró.<br />

Otsü se le acercó y se arrodilló a su <strong>la</strong>do, le ro<strong>de</strong>ó <strong>la</strong>s rodil<strong>la</strong>s<br />

con sus brazos y <strong>la</strong><strong>de</strong>ó el cuello para mirarle el rostro silencioso<br />

y asustado.<br />

—¿Qué te ocurre? —le preguntó—. ¿He hecho algo que te<br />

ha molestado? Si es así, perdóname. Lo siento.<br />

Cuanto más tenso se ponía, y más dura era <strong>la</strong> expresión <strong>de</strong><br />

sus ojos, tanto más el<strong>la</strong> se le aferraba. Su fragancia, el calor <strong>de</strong><br />

su cuerpo, le abrumaron.<br />

—¡Otsü! —exc<strong>la</strong>mó impetuosamente mientras <strong>la</strong> ro<strong>de</strong>aba<br />

con sus brazos musculosos y <strong>la</strong> echaba hacia atrás en <strong>la</strong><br />

hierba.<br />

La ru<strong>de</strong>za <strong>de</strong>l abrazo <strong>de</strong>jó a <strong>la</strong> joven sin aliento. Hizo un<br />

esfuerzo para liberarse y se acurrucó al <strong>la</strong>do <strong>de</strong> Musashi.<br />

—¡No <strong>de</strong>bes hacer eso! —gritó ásperamente—. ¿Cómo has<br />

podido? Precisamente tú... —Se interrumpió, sollozando.<br />

La ardiente pasión <strong>de</strong> Musashi se enfrió <strong>de</strong> repente al ver el<br />

dolor y el horror reflejados en los ojos <strong>de</strong> Otsü. Volvió en sí<br />

con un sobresalto.<br />

—¿Por qué? —gritó—. ¿Por qué? —Rebosante <strong>de</strong> vergüenza<br />

y enojo, también él estaba al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>la</strong>s lágrimas.<br />

Otsü se marchó, <strong>de</strong>jando <strong>de</strong>trás un saquito perfumado que<br />

se había <strong>de</strong>sprendido <strong>de</strong> su kimono. Musashi lo contempló<br />

durante un rato, gimió y entonces inclinó <strong>la</strong> cabeza y <strong>de</strong>jó<br />

que <strong>la</strong>s lágrimas <strong>de</strong> dolor y frustración cayeran sobre <strong>la</strong> hierba<br />

agostada.<br />

Tenía <strong>la</strong> sensación <strong>de</strong> que el<strong>la</strong> le había puesto en ridículo, le<br />

había engañado, <strong>de</strong>rrotado, torturado y avergonzado. ¿No era<br />

cierto que sus pa<strong>la</strong>bras, sus ojos, su cabello, su cuerpo le habían<br />

l<strong>la</strong>mado a voces? ¿No se había esforzado por encen<strong>de</strong>r un fuego<br />

en su corazón y luego, cuando brotaron <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>mas, había<br />

huido aterrada?<br />

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