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Eiji Yoshikawa MUSASHI 3. El Camino de la Espada

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En cierto modo sentía lástima <strong>de</strong> un enemigo obligado a<br />

tomar tales medidas. No obstante, había esperado algo así y, en<br />

<strong>la</strong> medida <strong>de</strong> lo posible, estaba preparado para ello. Puesto que<br />

supondrían sin duda alguna que Musashi no estaba solo, <strong>la</strong> pru<strong>de</strong>ncia<br />

les haría proveerse <strong>de</strong> un arma vo<strong>la</strong>dora e incluso <strong>de</strong><br />

varias. Si también utilizaban arcos cortos, los arqueros probablemente<br />

estarían ocultos <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> rocas o en un terreno<br />

más bajo.<br />

Musashi tenía una so<strong>la</strong> gran ventaja: tanto el hombre que<br />

estaba en <strong>la</strong> copa <strong>de</strong>l árbol como los que se encontraban <strong>de</strong>bajo<br />

le daban <strong>la</strong> espalda. Agachándose tanto que <strong>la</strong> empuñadura<br />

<strong>de</strong> su espada se alzó por encima <strong>de</strong> su cabeza, avanzó<br />

casi arrastrándose. Entonces cubrió unos veinte pasos a toda<br />

carrera.<br />

<strong>El</strong> mosquetero volvió <strong>la</strong> cabeza, le vio y gritó:<br />

—¡Ahí está!<br />

Musashi corrió otros diez pasos, sabiendo que el hombre<br />

tendría que invertir su posición para apuntar y disparar.<br />

—¿Dón<strong>de</strong>? —preguntaron los hombres que estaban más<br />

cerca <strong>de</strong>l árbol.<br />

—¡Detrás <strong>de</strong> vosotros! —chilló su compañero.<br />

<strong>El</strong> mosquetero había encañonado <strong>la</strong> cabeza <strong>de</strong> Musashi.<br />

Mientras <strong>la</strong> mecha <strong>de</strong>sprendía una lluvia <strong>de</strong> chispas, el codo<br />

<strong>de</strong>recho <strong>de</strong> Musashi <strong>de</strong>scribió un arco en el aire. La piedra <strong>la</strong>nzada<br />

golpeó <strong>la</strong> mecha <strong>de</strong> lleno con una fuerza tremenda. <strong>El</strong><br />

grito <strong>de</strong>l mosquetero se mezcló con el ruido <strong>de</strong> <strong>la</strong>s ramas rotas<br />

cuando se precipitó al suelo.<br />

En un instante el nombre <strong>de</strong> Musashi estuvo en <strong>la</strong>bios <strong>de</strong><br />

todos. Ninguno <strong>de</strong> ellos se había tomado <strong>la</strong> molestia <strong>de</strong> pensar<br />

a fondo en <strong>la</strong> situación, <strong>de</strong> imaginar que su adversario podría<br />

i<strong>de</strong>ar <strong>la</strong> manera <strong>de</strong> atacar primero el cuerpo central <strong>de</strong> sus<br />

fuerzas. Su confusión fue absoluta. En su apresuramiento para<br />

reorientarse, los diez hombres chocaron entre ellos, sus armas<br />

se trabaron, tropezaron con sus <strong>la</strong>nzas y dieron una impresión<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n total, mientras se gritaban unos a otros que no<br />

<strong>de</strong>jaran escapar a Musashi.<br />

En el momento en que salían <strong>de</strong> <strong>la</strong> confusión y empezaban<br />

a formar un semicírculo, oyeron el <strong>de</strong>safío:<br />

—Soy Miyamoto Musashi, el hijo <strong>de</strong> Shimmen Munisai <strong>de</strong><br />

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