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Eiji Yoshikawa MUSASHI 3. El Camino de la Espada

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pezaste a quejarte <strong>de</strong> que llegaríamos tar<strong>de</strong>. Yo no había tomado<br />

siquiera un par <strong>de</strong> sorbos antes <strong>de</strong> que me sacaras <strong>de</strong> allí<br />

casi a rastras. Ya sé que eres mi madre, pero no resulta nada<br />

fácil llevarse bien contigo.<br />

—¡Ja! Todavía estás irritado porque no te <strong>de</strong>jé beber hasta<br />

volverte memo, ¿no es eso? ¿Por qué no pue<strong>de</strong>s contro<strong>la</strong>rte un<br />

poco? Hoy tenemos cosas importantes que hacer.<br />

—No es como si fuésemos a <strong>de</strong>senvainar nuestras espadas y<br />

hacer el trabajo nosotros mismos. Lo único que necesitamos es<br />

un mechón <strong>de</strong>l pelo <strong>de</strong> Musashi o alguna cosa cortada <strong>de</strong> su<br />

cuerpo, y eso no es tan difícil.<br />

—¡Lo que tú digas! Es inútil que riñamos <strong>de</strong> esta manera.<br />

Vamonos.<br />

Emprendieron el camino y Matahachi reanudó su malhumorado<br />

soliloquio.<br />

—Todo esto es una estupi<strong>de</strong>z. Llevamos un mechón <strong>de</strong><br />

pelo al pueblo y lo presentamos como prueba <strong>de</strong> que hemos<br />

cumplido nuestra gran misión en <strong>la</strong> vida. Esos patanes nunca<br />

han salido <strong>de</strong> <strong>la</strong>s montañas, así que se quedarán impresionados.<br />

¡Ah, cuánto odio a ese pueblo!<br />

No sólo Matahachi no había perdido su afición por el buen<br />

sake <strong>de</strong> Nada, <strong>la</strong>s hermosas muchachas <strong>de</strong> Kyoto y varias cosas<br />

más, sino que aún creía que en <strong>la</strong> ciudad encontraría su oportunidad<br />

afortunada. ¿Quién iba a negar que una mañana podría<br />

<strong>de</strong>spertarse con todo lo que siempre había <strong>de</strong>seado? Se juró en<br />

silencio que nunca volvería a aquel pueblo insignificante.<br />

Osugi, que había vuelto a quedarse bastante rezagada,<br />

arrojó su dignidad a los vientos.<br />

—Matahachi —dijo en tono za<strong>la</strong>mero—. Llévame en tu espalda,<br />

¿quieres? Por favor, sólo durante un breve trecho.<br />

Él frunció el ceño y no dijo nada, pero se agachó para que<br />

el<strong>la</strong> se encaramase. En el mismo momento en que <strong>la</strong> anciana se<br />

disponía a acomodarse en <strong>la</strong> espalda <strong>de</strong> su hijo, asaltó sus oídos<br />

el grito <strong>de</strong> terror que había sobresaltado a Otsü y Jótaró. Se<br />

quedaron inmóviles, con una expresión inquisitiva y curiosa en<br />

sus rostros, y aguzaron el oído. Un instante <strong>de</strong>spués, Osugi<br />

emitió un grito <strong>de</strong> consternación, pues Matahachi echó a correr<br />

bruscamente hacia el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l risco.<br />

—¿Adon<strong>de</strong> vas?<br />

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