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Eiji Yoshikawa MUSASHI 3. El Camino de la Espada

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En <strong>la</strong> habitación <strong>de</strong>l hogar, al <strong>la</strong>do <strong>de</strong> <strong>la</strong> cocina, el fuego<br />

estaba encendido, y Musashi creyó oír el sonido <strong>de</strong> una rueca.<br />

Al cabo <strong>de</strong> un momento cesó el sonido, y oyó que alguien se<br />

movía.<br />

<strong>El</strong> hombre salió <strong>de</strong>l cobertizo y cerró <strong>la</strong> puerta tras él.<br />

—Volveré en cuanto me haya <strong>la</strong>vado los pies —dijo—. Pue<strong>de</strong>s<br />

ir preparando <strong>la</strong> cena.<br />

Dejó sus sandalias sobre una roca al <strong>la</strong>do <strong>de</strong>l arroyo que se<br />

<strong>de</strong>slizaba por <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> <strong>la</strong> cocina. Mientras estaba sentado y<br />

movía los pies en el agua, <strong>la</strong> vaca acercó <strong>la</strong> cabeza a su hombro.<br />

Él le restregó el morro.<br />

—Ven un momento, madre —dijo el hombre—. Hoy he encontrado<br />

algo sorpren<strong>de</strong>nte. ¿Qué crees que es?... Una vaca, y<br />

muy hermosa, por cierto.<br />

Musashi cruzó cautelosamente por <strong>de</strong><strong>la</strong>nte <strong>de</strong> <strong>la</strong> puerta<br />

principal. Agazapándose sobre una piedra <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> una ventana,<br />

miró el interior <strong>de</strong> <strong>la</strong> casa: era <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> <strong>de</strong>l hogar. <strong>El</strong> primer<br />

objeto que vio era una <strong>la</strong>nza que colgaba <strong>de</strong> un armero ennegrecido<br />

en lo alto <strong>de</strong> <strong>la</strong> pared, una buena arma que había sido<br />

pulimentada y tratada con esmero. En el cuero <strong>de</strong> su funda<br />

bril<strong>la</strong>ban tenuemente unos fragmentos <strong>de</strong> oro engastados. Musashi<br />

estaba perplejo, pues no era aquello algo que se encontrara<br />

generalmente en una granja. A los campesinos les estaba<br />

prohibido poseer armas, aunque pudieran costear<strong>la</strong>s.<br />

<strong>El</strong> hombre apareció un momento a <strong>la</strong> luz <strong>de</strong>l fuego exterior.<br />

A Musashi le bastó un vistazo para compren<strong>de</strong>r que no era un<br />

campesino ordinario. Tenía los ojos <strong>de</strong>masiado vivos, siempre<br />

avizor. Vestía un kimono <strong>de</strong> faena que le llegaba a <strong>la</strong>s rodil<strong>la</strong>s y<br />

unas po<strong>la</strong>inas manchadas <strong>de</strong> barro. Su cara era redon<strong>de</strong>ada, y<br />

se ataba atrás el espeso cabello con dos o tres trozos <strong>de</strong> paja.<br />

Aunque <strong>de</strong> baja estatura, era ancho <strong>de</strong> pecho y musculoso. Caminaba<br />

con pasos firmes y <strong>de</strong>cididos.<br />

Empezó a salir humo por <strong>la</strong> ventana. Musashi alzó <strong>la</strong> manga<br />

para cubrirse el rostro, pero fue <strong>de</strong>masiado tar<strong>de</strong>. Inhaló el<br />

humo y tosió sin po<strong>de</strong>r evitarlo.<br />

—¿Quién está ahí? —preguntó <strong>la</strong> anciana <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>la</strong> cocina.<br />

Entró en <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> <strong>de</strong>l hogar y dijo—: Gonnosuke, ¿has cerrado el<br />

cobertizo? Parece ser que anda por ahí un <strong>la</strong>drón <strong>de</strong> mijo. Le<br />

he oído toser.<br />

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